La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

jueves, 17 de octubre de 2019

Llueve y no para. Mi cuerpo se moja, mi rostro, mi cabello, mis labios. Soy un objeto mojado más entre los charcos de Retiro, entre la gente correteando y los paqueros de la Plaza Canadá. No se ve nada, una cortina de agua me tapa la belleza del Kavannagh. La lluvia me sumerge en recuerdos como si bebiera un elixir memorioso. Cierro los ojos, me dejo empapar por un instante. Los abro nuevamente, observo a mi alrededor y me encuentro en otro lugar ¿Qué carajos hago en Le Marais? Llueve, la lluvia moja igual, las personas buscan refugio de igual manera. Yo camino sereno, imperturbable, apreciando Les Halles a mi izquierda, mirando los hermosos edificios de París. Entre avenidas, boulevares, llené mis ojos de imágenes, de rostros internacionales. Me embriagué con el aroma de las pâtisserie. Me perdí mil veces sin darle demasiada importancia, vagué kilómetros hasta el Sacre Coeur y en sus escalinatas contemplé el horizonte de la Ciudad de las Luces. Cerré los ojos bajo la lluvia y luego de unos segundos los abrí. El edificio estilo inglés del Ex Ferrocarril Central Córdoba se abría ante mí, la 31 costeando Ramos Mejía. La lluvia no para y moja a todos por igual.

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