La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 22 de julio de 2019



El despertador suena demasiado temprano, ni un atisbo de luz solar se filtra por la habitación. Las gatas remolonean sobre los pies, invitan a seguir el sueño. Día tras día, la ropa de trabajo, una ducha, unos sorbos rápidos de mate y salir a la calle, desolada, sombría, peligrosa. Un colectivo lleno, un vagón de tren repleto de semblantes dormidos, repletos de hastío. La estación terminal desbordada, un conglomerado humano sin fin, el sistema funcionando, el sistema organizado, la estupidez organizada ¿Qué pensar cuando se cae en la cuenta que solamente es esto la vida? El trabajo, la oficina, los talleres, el Microcentro atestado, los horarios y los jefes, los edificios que cubren el cielo. Una y otra vez, el dinero, el intercambio, el mercado, el Dólar subiendo, el Dólar bajando, el Dólar caminando, el Dólar hablando, el Dólar gobernando.
El hombre vuelve de la jornada relativamente temprano, lo que pasa en el trabajo no vale la pena contarlo, la monotonía gris de un edificio sin ventanas, de una jaula moderna llamada oficina. La calidez de entrar nuevamente en el barrio, de saludar a los vecinos, a los viejos en el bar de la esquina, a los amigos que pueblan las veredas con la birra. Ver de nuevo a los amores, a la compañera, a las gatas, a la familia, y sentir que el mundo es algo más, que no es todo lo mismo, que aún hay aire, cielo y tierra por mirar.
Aún así el tedio persiste, pensamientos del absurdo, pensamientos de la nada ¿Qué carajo es todo esto si al final todos nos vamos al carajo? Si al final terminamos en la tierra, si al final nos tragan los gusanos, si al final el olvido no perdona. Ahí viene la imagen de la bala en la cabeza, de la pared llena de sangre; ahí viene la imagen de las vías del tren y del cuerpo destrozado; ahí viene la imagen de la soga en el cuello, del cuerpo colgando; ahí viene la imagen y las lágrimas brotan, y recorren las mejillas, y se traga un fondo blanco de un vaso de cerveza. Los pensamientos, al fin, son sólo pensamientos.
El corazón llena de sangre el cuerpo, sangre que busca pasión para destrozar el tedio. El cuerpo como unidad, como hogar, el cuerpo como prisión, como jaula que oprime desde cada fibra. La fisiología de la materia hostigando a la fisiología del espíritu. El corazón que va más allá del cuerpo, que resuena en cada hueco de la habitación, los latidos constantes, la vida se siente en las manos, en los pies, en el dolor de golpearse un dedo contra las patas de la cama, de agarrarse un dedo contra la puerta, de una despedida eterna o de un desamor. El dolor y el cuerpo, el dolor que nos hace saber que tenemos cuerpo y que tenemos alma, que las lágrimas brotan incontrolables, que llenan ríos y mares, que el océano no es otra cosa que nuestro dolor, pero que también es el asiento de nuestra calma. El dolor de no controlar el cuerpo ni el alma, de encontrarnos indefensos ante nuestra inmensidad y la eternidad del universo, que no sabemos bien qué carajo es y hace miles de años que nos preguntamos lo mismo mirando el mismo mar, la misma tormenta, el agua. El agua calma, el agua sana. El agua de nuestro cuerpo, nuestros fluidos, nuestra esencia fresca.
La cama nuevamente, sentir el cuerpo nuevamente, ver las paredes de la habitación nuevamente, sonreír por estar vivo, por haber vuelto en sí, aunque habiendo perdido una partecita de algo, que se esfumó en el viaje, en algún lugar. El sueño placentero. Todo comienza de nuevo.

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