La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 31 de octubre de 2022

 No hay nada que no esté dicho, sobran las palabras y hay noches que ininteligibles. Después del vino fue sexo metafísico, trascendiendo el tiempo y el espacio. La habitación que no era, el fuego que parecía eterno, entrelazamiento cuántico pasajero. Nada es eterno, todo finalmente deviene, cae por su propio peso, por la ladera del absurdo, de lo que ignoramos, lo que no entendemos, de lo inasible. Perdimos nuestras vidas por un instante, con su realidad uniforme, racional, tangible. Nos envolvimos en un uróboro, ciclos eternos de vida y muerte, pequeñas muertes que nos estremecían. Las pupilas dilatadas, las piernas convulsionadas, la casa que se caía por el temblor, el sismo del vórtice que se abrió y nos tragó para luego escupirnos en la siempre gris realidad del día y de la noche, de los cuerpos, de lo físico, de lo que envejece, se marchita y muere. Lo eterno no existe salvo los momentos que, como reza el epitafio de Keats, se escriben en el agua. Infinitos, inmarcesibles, perennes, incesantes, así son las memorias que se guardan en los cuerpos, los muros y la tierra; que se transforman en mitos, en historias, en espíritus del mundo, en palabras de boca en boca, en leyendas ¿Quién dice que no existieron dos amantes en Transoxiana que se unieron en lo esotérico de un sexo espiritual y su leyenda se inscribió en las paredes de los templos zoroástricos del fuego; transmitiéndose así de generación en generación como un Mito del poder de esa unión?

No hay comentarios:

Publicar un comentario