Hay un solo sueño que recuerdo vívidamente
desde hace treinta años: Me despertaba en mi cama y, como el niño que era, iba hacia la habitación de mis padres por temor a la soledad nocturna. Al entrar en ella, me encontraba con una orquesta de muñecos vivientes y seres estrafalarios, todos se volteaban a mirarme; allí me desperté nuevamente, esta vez fuera del
mundo onírico.
Hoy, treinta años después, en mi joven
adultez, encontré esa escena filarmónica en un cortometraje que vi en un museo:
el fondo era completamente negro, como si la escena se sostuviera en el
perpetuo vacío, y allí una variedad de personajes miniatura, muñequitos y
animalitos humanizados, llevaba a cabo una orquesta musical.
El director era un lobo y una
energía cinética transfiguraba rápidamente a los personajes, músicos de un
salón etéreo, inefable. La música barroca de la orquesta llenaba mis oídos,
mientras miraba absorto la teatral escena.
¿Quiénes son los Absurdos que se entretienen con mis destino?
Los fantasmas de mis sueños rompen la pared de la irrealidad, asaltan el mundo terrenal.
En el interior de la masa blanda y acuosa de nuestros cerebros, de profundis surge inteligible la Razón fundamental del todo, que trasciende los cognoscible.
En algún punto recóndito se esconde el secreto que en los sueños se deja entrever, que nos habla desde sus tinieblas, que se comunica cifradamente, que nos negamos a ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario