La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 29 de julio de 2013

Condenado

Un aire oscuro y espeso cubría toda la campaña.Semblantes petrificados se esparcían en los costados del camino. La Guardia Civil acompañaba al reo, de aspecto taciturno, hacia el fin del camino de tierra donde se encontraba un débil abedul ya corroído por el tiempo. Una mañana fría, húmeda coronaba el cuadro melancólico. Cada paso del reo acortaba su camino hacia la muerte, cada huella que dejaba era un final, un paso hacia la nada, al vacío. Sus cabellos leonados se erizaban, su frente goteaba la sangre resabio de la tortura previa. Su expresión era inefable, innominable, era la expresión del camino hacia lo desconocido, el espanto de sus últimos minutos de vida.
 Un condenado a muerte sufre más de la cuenta, porque sabe que su destino es inevitable, que no tiene esperanza, que su vida deja de ser esa maravillosa incertidumbre que todo vivo disfruta, la misma de no saber cuándo uno va a morir. Ellos saben exactamente cuándo va a ser el fin de sus vidas, y saben que aquello no tiene remedio. No existe la mínima posibilidad de una mano salvadora cuando los fusiles apuntan hacia uno. ¡Qué tormento no sentir una ínfima esperanza de vida! ¡Qué tormento más cruel hacerlos esperar el segundo del disparo que les sentencie la muerte!
La venda tapaba sus ojos, como si pudiera ser un alivio no poder ver el momento en que los fusiles dispararan su fuego asesino. Finalmente se encontraba solo, apoyando su espalda temblorosa contra el viejo abedul, con la cara tapada y una expresión de horror que asomaba en su rostro. No tenía ni el mañana ni el hoy, sólo el ayer. Quería que ese tormento se termine lo antes posible, que el hierro caliente atraviese sus entrañas de una vez por todas para poder aliviar esos tortuosos segundos previos a la muerte.
Los fusiles se levantaron cuando el capitán dio la orden con una voz ronca que se asemejaba a la de un viejo parroquiano de algún bar perdido. Éste fue el momento cúlmine del horror del condenado, sus pantalones impregnados de orina provocada por el horror, el miedo. Nadie puede enfrentar con valentía la muerte. Hasta el más valiente siente miedo cinco segundos antes de la muerte. Porque nos adentramos hacia el misterio más profundo de la historia humana, porque no sabemos qué es lo que sigue. Es el momento de mayor incertidumbre en la vida.
Afortunadamente el tormento cesó, los disparos golpearon su pecho, destrozando su camisa, empapándola de sangre. Un leve chillido exhaló. La ejecución había finalizado, y ninguno de los presentes sabía ya dónde se encontraba aquella alma. En los recónditos lugares del universo o sólo en la tierra mojada de esa mañana de estío, yaciendo con su cuerpo inerte. La muerte. La abstracción de la vida. El absurdo eterno. El sinfín de preguntas. La vida, el extraño interludio entre muerte y muerte.