La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

jueves, 12 de diciembre de 2019


De cuando en cuando, sobre la calle Cid Guidi de Franc, la luna llena se posa sobre el horizonte. Refulge sobre el punto de fuga hacia el Oriente lejano, alzándose sobre la copa de los escasos árboles y los techos  de tejas de las casitas bajas. Desde mi infancia recuerdo vívidos los días que ella se presenta y cada vez que miro hacia la bóveda estrellada los recuerdos brotan, exigen escaparse del pobre corazón, como si la sangre de las venas me hirviera por unos segundos, por un instante efímero. Retomo las noches cálidas de verano, en familia, cuando volvía de cenar de los nonos, en la casa que queda a la vuelta de la mía, sobre la calle Emerson. Cuando observo al Astro es como si todas aquellas noches que lo contemplé (y todas las que lo contemplaré) se unieran en un presente eterno, se fundieran en una sola, un momento unívoco.
Aquel niño, que reflejaba la luz pálida en sus pupilas, lleva inherente el alma de este adulto. Son una misma persona en ese instante, la permanencia de las memorias.

jueves, 5 de diciembre de 2019


El jardín resplandece en la noche de verano,
La cerveza se calienta con el paso de los minutos,
La luz de los astros se cierne en mi pupila abstraída,
Veo a una generación sumida en el existencialismo burdo,
Me veo a mí, contemplo a todos,
El absurdo del movimiento,
Que de tan intenso se vuelve quietud,
El cambio constante que no cambia nada,
La transformación eterna que permanece,
Parménides vence sobre Heráclito en este sistema que se alimenta de las crisis,
Status quo disfrazado de ruptura,
Psicotrópicos para enfrentar el nihilismo,
Sexo para enfrentar el hastío,
Una y otra vez,
Una y otra vez,
En el retorno eterno, en este círculo sin salida,
Todo infierno tiene su paraíso,
La esperanza como la lumbre,
La vida como la nada,
La existencia como el todo.

miércoles, 6 de noviembre de 2019




¡ Mise-en-scène, mesdames, messieurs et autres!

Así es esta ciudad en el Cuarto Círculo del Infierno Dantesco,

Caronte del Riachuelo, inmerso en la podredumbre existencial,

Una escena teatral, una escena grotesca, el esperpento de lo cotidiano,

Me descostillo de risa con el fierro en la cabeza,

Hoy, ayer y siempre,

Se me caen los ojos en el escritorio y giran sobre los papeles,

Se me caen los brazos en la avenida de esperar a alguien que me reciba,

Se me caen las piernas de correr huyendo de los iracundos,

Virgilio, dejáme acá, el alma no puede soportar más estas muecas falsas.

Y el Tiempo es como un Espiral que me aleja cada vez más de mi Niñez,

Que me desgasta los huesos y la piel,

Que me arroja al Hades profundo.

Niñez impoluta.

Niñez de creación.

jueves, 24 de octubre de 2019

Resuena un tango por la tarde,
En la calle Esmeralda iluminada,
Mientras camina la musa despechada,
Cuyo corazón desnudo arde.
Buenos Aires envuelta en una inefable                                                                             [bruma
El poeta ve a la rubia desde su             [buhardilla y la describe con su pluma.

Hay historias por doquier en las callecitas                                                                [del centro,
Linyeras, vagos y malandras de otra vida,
No hay nadie que compasión a Dios no le                                                                            [pida,
En esta tierra devastada puertas adentro.
El silencio nocturno llega y la mujer                                                                             [desespera
Arribando a Corrientes la                                                                                        [multitud se aglomera.

Entre los edificios y la gente lo busca,
En esta urbe del desencuentro,
Y el bandoneón suena como si                                               [saliera de su epicentro.
El desconsuelo le arrebata el alma y al                                                [corazón lleva la fusca.
Un disparo se oye entre el gentío,
Mientras la ciudad se duerme en otra                                                                [noche de estío.

No nos olvidamos del poeta,
Que escribe de amores porteños y perdidos,
En su pequeño departamento y con los                                                           [sueños abatidos.
Escucha el disparo, los gritos y despega                                                            [como una saeta.
Al bajar a la calle y ver la escena se                                                                           [estremece,
Al ver que su desidia atormentó a quien                                            [sobre el cordón perece.

jueves, 17 de octubre de 2019

Llueve y no para. Mi cuerpo se moja, mi rostro, mi cabello, mis labios. Soy un objeto mojado más entre los charcos de Retiro, entre la gente correteando y los paqueros de la Plaza Canadá. No se ve nada, una cortina de agua me tapa la belleza del Kavannagh. La lluvia me sumerge en recuerdos como si bebiera un elixir memorioso. Cierro los ojos, me dejo empapar por un instante. Los abro nuevamente, observo a mi alrededor y me encuentro en otro lugar ¿Qué carajos hago en Le Marais? Llueve, la lluvia moja igual, las personas buscan refugio de igual manera. Yo camino sereno, imperturbable, apreciando Les Halles a mi izquierda, mirando los hermosos edificios de París. Entre avenidas, boulevares, llené mis ojos de imágenes, de rostros internacionales. Me embriagué con el aroma de las pâtisserie. Me perdí mil veces sin darle demasiada importancia, vagué kilómetros hasta el Sacre Coeur y en sus escalinatas contemplé el horizonte de la Ciudad de las Luces. Cerré los ojos bajo la lluvia y luego de unos segundos los abrí. El edificio estilo inglés del Ex Ferrocarril Central Córdoba se abría ante mí, la 31 costeando Ramos Mejía. La lluvia no para y moja a todos por igual.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Viaje en tren


Desde el tren veo las casas despintadas,
Las cúpulas de las iglesias del barrio de Barracas;
El empedrado pasa, el tren corre como el agua de un río,
Apoyado contra las puertas (aunque los carteles me advierten que no lo haga);
 Miro la ventana, el Riachuelo, su olor, las casillas cerca del viejo Puente Bosch;
En el andén de las bicicletas las caras cansadas del laburo,
Se siente la crisis en los rostros, se desnuda en las miradas;
Llegando a Gerli los vagones abandonados empiezan a llenar el paisaje,
Cerca de los Siete Puentes unos hombres corren por los altos pastizales para alcanzar el tren,
La tranquilidad de la estación se rompe por una corrida y unos gritos,
Las puertas abiertas, un celular, un distraído, una avivada de un punga,
Lanús, los edificios, el quilombo, un telo frente a las vías, se suben vendedores,
Otro puente, los viejos talleres de principio del siglo XX, pintadas,
El Barrio Inglés en el fondo;
Tanta vida tan pasada, tan antigua,
El esplendor de una época visto desde una ventana del tren,
Las estaciones estilo Tudor, una película en blanco y negro,
Los obreros, las fábricas y sus chimeneas, los inmigrantes,
Mi parada, mi estación, Remedios de Escalada.

martes, 30 de julio de 2019

Père-Lachaise


Las hojas danzan suavemente sobre los caminos de piedra y caen sobre las tumbas. El cielo se cubre de ramas desnudas, el aire parisino y el ruido de la ciudad de fondo como una canción. La ciudad de los muertos que yace en el Este. Los senderos se pierden entre la vegetación y las sepulturas. Mausoleos monumentales, huesos famosos, sólo huesos y tierra, sólo mármoles y polvo. El aire siempre es fresco en el Père-Lachaise, es el refugio de las sombras, es la puerta hacia el pasado. Aún escucho “Non, Je Ne Regrette Rien” de Edith Piaf perderse entre el sonido del viento mientras veo fugazmente la figura de Jean Baptiste Poquelin con su andar gracioso esconderse tras un seto. Vos y yo, caminantes diurnos y solitarios, con el mate y el termo bajo el brazo en un día de calor sofocante que el cementerio esquiva. Vos, mujer, y yo, espectro, sentado entre las tumbas, emocionándonos hasta las lágrimas contemplando el lecho donde descansan Abelardo y Eloísa ¡Ah, desgraciados amantes yacen juntos por fin en la eternidad! Al igual que tantos yacen aquí; bajo el mehir, Apollinaire; bajo un gran busto entre los árboles, Balzac, disfrutando la música de Chopin tres metros bajo tierra. Un caso interesante es el de Allan Kardec, fundador del espiritismo, quizás siguiendo su método pueda comunicarme con él, observando fijamente su tumba. Un monumento cautivó sorpresivamente mi atención, mi sangre se heló y quedé absorto frente a él. Un rectángulo de cemento y bronce de gran tamaño, con una figura humana apoyada encima, un pintor. En su pared se hallaba tallada en bronce una escena de un cuadro que había visto en el Louvre, del cual me había comprado una pequeña postal, ya que era uno de los que más me había gustado. En tonos oscuros, una balsa repleta de cadáveres y personas agonizando, un naufragio, un mar violento con altas olas y un firmamento aún amenazante. La naturaleza encarnizándose con el hombre, llevándolo hacia su ruina, mostrándole su ferocidad. Un cuadro del romanticismo en tonos pardos. Resolví nerviosamente buscar en mi mochila esta postal, así la saqué torpemente y leí la inscripción que tenía en su parte posterior “La balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Procedí a observar el mencionado monumento, la tumba de Géricault, él sentado cómodamente sobre su obra, sosteniendo una paleta y un pincel, mirando plácidamente a los caminantes con su boina y su barba. Los secretos de París, los misterios del Père Lachaise, sus lomadas, sus jardines, sus árboles y las hojas secas en el piso, su frescura matinal en el estío. Seguí mi camino conmovido, conectado con el pintor, agradecido de las casualidades o causalidades de este cosmos inexplicable ¡Ay, compañera! ¿Por qué no puedo, acaso, pasar todas mis mañanas recorriendo el eterno cementerio? Las tiendas del Boulevard Ménilmontant, los puestos callejeros de discos y libros antiguos, los cafés me invitan a seguir caminando en la Ciudad de la Luz, una y otra vez. Sentir los aires de libertad en cada recoveco.

lunes, 22 de julio de 2019



El despertador suena demasiado temprano, ni un atisbo de luz solar se filtra por la habitación. Las gatas remolonean sobre los pies, invitan a seguir el sueño. Día tras día, la ropa de trabajo, una ducha, unos sorbos rápidos de mate y salir a la calle, desolada, sombría, peligrosa. Un colectivo lleno, un vagón de tren repleto de semblantes dormidos, repletos de hastío. La estación terminal desbordada, un conglomerado humano sin fin, el sistema funcionando, el sistema organizado, la estupidez organizada ¿Qué pensar cuando se cae en la cuenta que solamente es esto la vida? El trabajo, la oficina, los talleres, el Microcentro atestado, los horarios y los jefes, los edificios que cubren el cielo. Una y otra vez, el dinero, el intercambio, el mercado, el Dólar subiendo, el Dólar bajando, el Dólar caminando, el Dólar hablando, el Dólar gobernando.
El hombre vuelve de la jornada relativamente temprano, lo que pasa en el trabajo no vale la pena contarlo, la monotonía gris de un edificio sin ventanas, de una jaula moderna llamada oficina. La calidez de entrar nuevamente en el barrio, de saludar a los vecinos, a los viejos en el bar de la esquina, a los amigos que pueblan las veredas con la birra. Ver de nuevo a los amores, a la compañera, a las gatas, a la familia, y sentir que el mundo es algo más, que no es todo lo mismo, que aún hay aire, cielo y tierra por mirar.
Aún así el tedio persiste, pensamientos del absurdo, pensamientos de la nada ¿Qué carajo es todo esto si al final todos nos vamos al carajo? Si al final terminamos en la tierra, si al final nos tragan los gusanos, si al final el olvido no perdona. Ahí viene la imagen de la bala en la cabeza, de la pared llena de sangre; ahí viene la imagen de las vías del tren y del cuerpo destrozado; ahí viene la imagen de la soga en el cuello, del cuerpo colgando; ahí viene la imagen y las lágrimas brotan, y recorren las mejillas, y se traga un fondo blanco de un vaso de cerveza. Los pensamientos, al fin, son sólo pensamientos.
El corazón llena de sangre el cuerpo, sangre que busca pasión para destrozar el tedio. El cuerpo como unidad, como hogar, el cuerpo como prisión, como jaula que oprime desde cada fibra. La fisiología de la materia hostigando a la fisiología del espíritu. El corazón que va más allá del cuerpo, que resuena en cada hueco de la habitación, los latidos constantes, la vida se siente en las manos, en los pies, en el dolor de golpearse un dedo contra las patas de la cama, de agarrarse un dedo contra la puerta, de una despedida eterna o de un desamor. El dolor y el cuerpo, el dolor que nos hace saber que tenemos cuerpo y que tenemos alma, que las lágrimas brotan incontrolables, que llenan ríos y mares, que el océano no es otra cosa que nuestro dolor, pero que también es el asiento de nuestra calma. El dolor de no controlar el cuerpo ni el alma, de encontrarnos indefensos ante nuestra inmensidad y la eternidad del universo, que no sabemos bien qué carajo es y hace miles de años que nos preguntamos lo mismo mirando el mismo mar, la misma tormenta, el agua. El agua calma, el agua sana. El agua de nuestro cuerpo, nuestros fluidos, nuestra esencia fresca.
La cama nuevamente, sentir el cuerpo nuevamente, ver las paredes de la habitación nuevamente, sonreír por estar vivo, por haber vuelto en sí, aunque habiendo perdido una partecita de algo, que se esfumó en el viaje, en algún lugar. El sueño placentero. Todo comienza de nuevo.

domingo, 2 de junio de 2019

Mismo



Me detengo siempre en la misma página,
De la misma novela
De la misma historia.
Me despierto siempre a la misma hora,
En la misma cama
En la misma casa.
Me acuesto siempre sobre el mismo césped,
Sobre el mismo parque
Sobre la misma avenida.
Sueño siempre con los mismos rostros,
Del mismo país
Del mismo mundo,
                               Del
                                               Mismo
                                                               Cuerpo
                                                                              Frágil.

miércoles, 29 de mayo de 2019



Veo el horizonte desde el balcón,
Se visualiza cual porvenir incierto, lejano,
Despiertan ganas de volar, o de tirarme por el balcón, desde este sexto piso,
Tocar las lejanías, ver más allá,
Indisposición o necesidad de viajar,
Aún así ciudad se extiende por el plano, de norte a sur, de este a oeste,  irrefrenablemente,
Las luces se van encendiendo, un desierto de ladrillos y de concreto,
Cada centímetro está lleno de vida y de muerte, de amor y de odio, de paz y de violencia,
Mientras, los gatos juegan con los hilos que cuelgan de la frazada,
Mientras, el cigarrillo de consume lento,
Mientras, el mate se lava en cada cebada,
Mientras, la TV transmite alguna película yanqui dominguera;
Toco el suelo frío con las manos, algún amigo se abre una birra,
La gata negra se frota en mí,
Como en cada departamento, en cada habitación, en cada casa,
Todo vuelve en sí,
Y los anhelos se esfuman.

jueves, 9 de mayo de 2019

Un quince en Fiorito



La noche caía en Escalada, estábamos preparándonos para una fiesta vestidos con la ropa de moda para adolescentes de quince años de aquel entonces. Mi novia y yo llevábamos una relación de dos años, desde los inicios del colegio secundario. Recuerdo que todo comenzó cuando éramos amigos, y ella tímidamente se me acercaba con sus mejillas sonrojadas y su mirada inocente en aquellos asaltos donde nuestra puerilidad se perdía poco a poco, en algún beso francés del cruel juego del semáforo o en algún prohibido vaso de birra que afanaban los pibes. Nuestro vínculo ya estaba consolidado, todo el colegio nos veía como uno a los dos. Cada vez que había una fiesta de quince íbamos juntos, bailábamos juntos, reíamos juntos, y la gente curioseaba cuando, por algún inconveniente, uno de los dos concurría a la velada sin el otro.
Esta ocasión se presentaba bastante particular, la agasajada era una amiga no tan cercana, que cursaba con nosotros, pero que apreciábamos bastante y había invitado a todo el curso “B” del colegio pero, sin decirlo expresamente, la enorme mayoría había manifestado que no iba a ir.
¿La razón? La quinceañera era de Villa Fiorito. El colegio se nutría de estudiantes de diversas capas sociales, principalmente de clase media y media baja. Muchos adolescentes provenían de Budge, Fiorito, Albertina y Caraza, aunque también había alguna minoría de las clases medias del centro de Lanús y de Remedios de Escalada.
Fiorito en el año 2006, a tan sólo 5 años de la crisis del 2001, y en pleno momento de restauración económica del país, no difería demasiado de los barrios ubicados en los márgenes de las ciudades: calles de tierra, los jóvenes con dificultades para acceder al sistema laboral e inmersos en problemas de drogas y alcohol, más aún en las zonas vecinas al Riachuelo, famoso por la contaminación nauseabunda de las curtiembres. Este era el caso Fiorito, conocido a nivel nacional por haber albergado la niñez del jugador de fútbol más grande y popular de todos los tiempos, Diego Armando Maradona, quien en el año 2008 dejó su marca firmando la primera “O” de la palabra “Fiorito”, que se hallaba en el cartel de la estación de trenes del barrio. La letra rubricada fue robada al día siguiente. Violencia, robos y muerte, palabras usuales en boca de los vecinos de esta localidad.
Sí, año 2006, cumbre del rock barrial y la cumbia villera. Los valores de la calle y del barrio predominaban en una clase media golpeada años atrás por una de las peores crisis de la historia. Un país que parecía resurgir de las cenizas, levantarse del fondo pero aún con miles de cuestiones por resolver. La inseguridad, la preocupación principal de las clases medias. Las crisis de seguridad ciudadana reemplazaron a las viejas crisis de seguridad nacional que tuvieron lugar hasta mediados de la década del ’90. Aún se oían a lo lejos, resonando en la memoria, los disparos de la Masacre de la Tablada y los levantamientos “Carapintada”.
A las ocho de la noche llegamos a la casa de nuestra quinceañera, las rejas abiertas de par en par, todo el barrio en la fiesta, o toda la fiesta en el barrio. El escenario era un amplio patio tras un humilde enrejado, largos tablones de madera con caballetes llenos de comida, vino y cerveza. Los más grandes sentados, riendo, charlando. Los más jóvenes afuera, en la vereda, apostados en un árbol hueco, tomando vino rebajado en una botella cortada, un clásico del conurbano. La casa estaba abierta, se mostraba en su plenitud hacia la calle, los vecinos entraban y salían. Un fervor festivo se dibujaba en los rostros.
Me acerqué junto con mi pareja a saludar a nuestra amiga, que tenía un semblante renovado y sus ojos brillosos por la exaltación que le provocaba el evento. Descubrimos también a otra compañera de curso, vecina de Escalada. La cumpleañera iba de acá para allá, saludaba constantemente a nuevos invitados, y así transcurría la fiesta.
Ahora éramos tres, nuestra compañera de curso se había unido a nosotros. No conocíamos a nadie pero decidimos acercarnos al grupo de jóvenes que se encontraba en la vereda:
-¿Cómo están, che? Acérquense, háganse amigos, agarren un escabio. – Nos invitó uno de los pibes amablemente.
Así pasó una hora, entre bebidas alcohólicas que iban y venían. Demasiado para nuestro inexperto hígado, sin embargo decidimos no seguir en el éxtasis etílico, nunca es seguro sobrepasarse en ámbitos desconocidos, y menos aún en territorios desconocidos.
Todo lo contrario sucedía con nuestros nuevos amigos, los pibes que estaban sobre el tronco hueco. Sus rostros se deformaban tras cada sorbo de alcohol, sus voces se hacían roncas y sus movimientos cada vez más bruscos y violentos.
De repente la amabilidad de transformó en agresividad, lo que se podría decir ''en una tumbeada'':
-¿Che, amigo, y vos quién sos? – Dijo uno con la mirada perdida que se asomaba debajo de la gorra.
- ¿Vos te la aguantás? ¿Qué onda? ¿Ella es tu mujer?- Con gestos intimidatorios, expresaba otro.
Mi comfortabilidad fue desvaneciéndose así, mutando en una incomodidad manifiesta, que brotaba de mis poros, y se leía en mi mirada pueril.
Cuando uno de los chicos se nos acercaba amenazante atiné, con palabras de disculpas, a alejarme y decirles a las chicas que vayamos para adentro. Así fue, nos resguardamos entre los mayores, pero ya queríamos partir, alejarnos, estar en la comodidad de nuestra casa, en la familiaridad de nuestros barrios.
No queríamos quedar mal con nuestra amiga cumpleañera pero nuestra urgencia era salir de la fiesta y del barrio, no sabíamos cómo podía terminar todo a las seis o siete de la mañana porque seguía entrando gente y hasta la calle se colmaba, el barrio era la fiesta. Era temprano, el reloj del Nokia 1100 marcaba la una de la madrugada.
Decidimos ir los tres a encerrarnos al baño, el único lugar seguro. La estrategia que decidimos fue llamar por teléfono al padre de nuestra amiga de Escalada, sin que el resto de los invitados advirtiera llamado de auxilio, ya que queríamos explicarle la situación y pedirle que venga con urgencia. Así, atendiendo a nuestro llamado, nuestro salvador, el padre de nuestra amiga, prometió acudir en diez o quince minutos y sacarnos del lugar.
Mientras tanto afuera los pibes ya estaban dados vuelta, mirando siempre amenazante a estos tres pichones que no eran del barrio. Peor aún fue la situación que vivimos, ya con los mayores, cuando salimos del baño. Toda la fiesta se enteró que habíamos ido los tres al baño cerrando la puerta por unos diez minutos. Los mayores beodos preguntaban, asquerosa y libidinosamente, si habíamos hecho un trío sexual, concepto totalmente descabellado para nuestras púberes mentes, que solamente comenzaban a dar sus primeros pasos en las cuestiones sexuales.
Todo esto sumó pudor y horror a nuestra situación, nos urgía salir de allí. Con valentía me dirigí solo hasta la calle para ver si podíamos inventar una especie de fuga. Vi la calle de tierra oscura, los rostros me seguían, las luces amarillentas daban un panorama desolador. Era como estar perdido en un desierto, como querer escapar de una isla. Mi corazón latía rápido y con fuerza, mis pupilas dilatadas buscaban un escape, mis manos rogaban temblorosas que el auto de nuestro salvador llegue de una vez por todas.
Fiorito de noche me aterraba. Con estupor vislumbré que uno de los jóvenes que estaba en la puerta poseía un arma, un revólver en la cintura. Reían, cómodos, era su casa, su barrio. Nosotros, ajenos, extranjeros, foráneos, giles, caretas, de otras raíces.
Por fin escuchamos el sonido de la salvación, una frenada abrupta, un auto llegó con furia, estacionó a diez metros de la entrada. Era el padre de nuestra amiga, nuestro mesías. Nos hizo señas para que vayamos, y subimos con urgencia en el auto. El hombre estaba calzado, tenía una Bersa nueve milímetros. Era policía. Salimos arando por las calles de tierra. Llegamos a las tres de la mañana a Escalada, nuestra amiga también vivía en la villa. Un barrio humilde lindero a nuestro colegio. Era nuestro barrio, nuestro hogar, nuestros espacios conocidos. Pasamos la noche ahí. Respiramos.
Tuve que hacerme en el barro y en la calle, lo fui aprendiendo paulatinamente. Mis catorce años no eran nada, una historia se me abría por delante. Fiorito no podía ser mi laguna de Estigia. Ningún barrio es el infierno. El mío no era Recoleta ni Belgrano, pero al menos era mi casa, mi familiaridad.