La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

miércoles, 20 de mayo de 2020

Ahora la noche es más cerrada, la calle es de los gatos, que vagan como solíamos hacerlo nosotros. Ahora no se escuchan ruidos ni fiestas ni risas, sólo un sordo vacío sepulcral. Ahora se siente el cuerpo con intensidad, la respiración, los latidos del corazón, la conciencia de vivir. Habrá un día en que la sangre que inunda nuestras zanjas se convierta en vino y los sollozos lejanos en cantos. Habrá un día en que el peso de la existencia se transforme en la liviandad del vuelo, empujado por los vientos de la libertad.

lunes, 18 de mayo de 2020


De vez en cuando recuerdo aquellos encuentros diurnos en los que, entre porro y mates, el sexo nos  infundía hervor en la sangre. En los resquicios de la ventana se filtraba un haz de luminosidad sobre tu piel blanca. La cama temblaba como si hubiera un terremoto, por la vehemencia de nuestros cuerpos. Entrega total de nuestra desnudez, sin tapujos,  que culminaba  en el éxtasis de los orgasmos. Una casa con techo de chapas, paredes ajadas por la humedad, que irradiaban vida en las cercanías de los muros de la muerte, en el barrio del cementerio. Luego el tabaco y después la poesía, las palabras en mi boca, las palabras en tu boca.  Los escasos rayos de sol que el paredón de la calle Murature permitía ya comenzaban a desaparecer cuando caía la tarde, señal que indicaba tu partida. Unos últimos sorbos de mate y la despedida. Quedaba sólo observando la ventana, el exiguo callejón, escuchando los estertores de los viejos colectivos que pasaban por la avenida. Otro día más, un obrero de la cotidianidad, un hijo del vacío, llenando los vestigios del pasado con los placeres del presente. Inevitable pasado que habitaba cada ladrillo del muro frente a mi casita humilde. Los polvos  añejos de lo que alguna vez fueron cuerpos  con vida, los huesos pútridos de seres corpóreos y lejanos, los barros de la nada inundándose  con cada lluvia, llenando el barrio con el aroma de la muerte. No, la muerte no está en el cementerio, sino que comienza de sus puertas para afuera, en las calles, en las plazas, en las casas. Estoy soy, en cinco líneas mentales un súbito erotismo, una calentura  onírica, quizás real, quizás recuerdo; en otras cinco líneas la muerte, el pasado y lo fétido. Así, como esa casita donde  dos personas cogían con vehemencia que quedaba frente a las paredes cementerio, donde los paganos llevan a cabo rituales eclécticos e inunda las zanja de sangre y plumas de animales.