La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 28 de septiembre de 2020

 

Tomé un viejo libro de la biblioteca, una novela de la Guerra Civil española escrito  por una mujer. Era una edición que tenía sus cuántas décadas. Cuando abrí las primeras páginas un amarillento papel se dejó caer, un folletín de librero que refería a un precio en pesetas. En cuanto lo vi no pude dejar de sumergirme en una profunda reflexión sobre el tiempo y el movimiento. Este libro se editó en las lejanas tierras de la Península Ibérica, a escondidas, ilegalmente, en tiempos de Franco ¿Habrá llegado en barco hasta el Puerto de Buenos Aires? Un libro que defendía la libertad editado en tiempos de opresión. Imaginé el peligro de tenerlo en manos durante la dictadura militar en mi país, imaginé un feroz operativo en la casa que nunca tuve, en un tiempo que nunca viví. Militares de civil, militares de fajina destrozando mi biblioteca irreal, golpeando a mi ficticia esposa, y a mis hijos que nunca nacieron, golpeándome a mi hasta el cansancio, arrastrándome de los pelos hasta la cocina, interrogándome. Me vi tapado por una frazada, debajo del asiento de un auto a gran velocidad, me vi siendo torturado en una cama de metal, con la electricidad destrozándome el cuerpo, me vi desnudo y ensangrentado sobreviviendo entre mis desechos. Arrojado en un descampado en plena madrugada, cerré los ojos esperando el sonido final de la metralleta, y nada sucedió. El libro de mano en mano, el libro volviéndose ocre, el libro envejeciendo mientras yo nacía, gritaba a la partera y a mi vieja. El libro viajando, moviéndose como quisiera moverme, entre el insondable océano, entre el inabordable cielo.  Las páginas en mis manos, el papel del librero manchego con su precio en pesetas en mis manos, mientras la cerveza se calienta una noche de primavera de este futuro distópico.