La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

jueves, 25 de abril de 2024

 La compañía de tu sombra me sigue entre los árboles del bosque. Las gotas que caen sobre las hojas, el verde de la naturaleza que contrasta con el suelo blando y fértil donde la putrefacción de la muerte alimenta las venas por las que corre la vida. El sonido de mi respiración, mi corazón agitado, la adrenalina de sentir que hay algo más allá  de este mundo, que nos trasciende, que nos excede.

¿Me vas a acompañar hasta el fin de mis días? Nadie puede entrometerse en nuestro camino, atravesamos cielos e infiernos para llegar hasta acá.

Sigo mi camino entre la vegetación, las copas de los árboles me protegen de la lluvia, la música de la foresta es un silencio atronador.

¿Y qué hay más allá? ¿Qué veo ahí a lo lejos en un claro casi antes de llegar al campo abierto? ¿Un ritual? Cinco personas vestidas con tonos pardos, ramilletes de flores en su cabeza, en un círculo, cantan en un idioma extraño:



S'airiú,

Agus a leanbh

Cad a Dhéanfaidh mé?

Tá tú ar shiúl uaim

Agus airiú

Agus anuiridh, níl duin ar bith agam

'S airiú

Agus mé liom fein

Dá mbeithea go moch agam

Agus och, och, airiú, gan thú, gan thú

Los primeros pobladores de Santa Catalina fueron los escoceses.

Ritos paganos en la pampa húmeda, en el pulmón del conurbano. En la rama de un árbol un caburé me mira con sus ojos penetrantes, canta, canta, canta al ritmo del ritual. El rezo es como una lamentación. Me acerco, me escondo, hipnotizado por la melodía.

Te veo, ahora sí te veo, del otro lado del círculo, también escondida. Me mirás como el caburé, fijamente, con tu mirada, que me hace desfallecer. Ahora te desvanecés como el humo que viaja hacia el cielo.

El bosque se llena de bruma, empieza a caer la tarde. En el claro del bosque ya no hay nadie.

El caburé me mira, sigue su canto y de repente la oscuridad

domingo, 7 de abril de 2024

 

De cuando en cuando me tropiezo por la calle con viejos mundos, lugares que encierran memorias, que se vuelven vívidos cuando los veo. Como si pudiera viajar en el tiempo y ser un espectador, una sombra cuántica, un espectro atemporal, que clava su mirada en los seres del pasado, en un mundo que ya no es, en naturaleza muerta. Aromas que ya no existen, los evoco y los vuelvo a sentir como si fuera la primera vez ¿Qué clase de hechizo habita en la memoria? Escucho voces que ya no están, las escucho con claridad. Un niño en la terraza de la vieja casa, un niño que juega con un automóvil de juguete, recorriendo los bordes de la pared como si amenazara al pobre automovilista hacia el abismo. El niño se voltea hacia mí, me mira con los ojos huecos, con su mirada de nada, con la putrefacción que sale de su boca extremadamente abierta de par en par. Ectoplasma, resabios del espíritu que se materializan en el aire. Me tiemblan los pies. Es otoño, hoy y ahora, los automóviles pasan y se dirigen vaya uno a saber hacia qué abismo. La existencia pesa, los transeúntes caminan como si tuvieran los pies encadenados. Es otoño de naturaleza muerta, color bronce de los recuerdos, otoño y pasado. Me arranco del letargo, me arrojo una y otra vez a la vida.