La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

martes, 24 de mayo de 2016

Efímero análisis del Tiempo

El tiempo, esa línea ficticia y absurda, no existe. Pensamos en los segundos, en los minutos, en las horas. Nos corren, nos persiguen eternamente, pero atrás nuestro no hay nadie más que fantasmas, más que la vida, más que todo.
La transparencia del tiempo, la transversalidad del tiempo, la translucidez del tiempo. Nuestro hoy, nuestro ayer, nuestro mañana, coexisten, están aquí y allá, pero no los podemos advertir. Eso que nos desintegra poco a poco, que arruga nuestra piel, que nos duele, eso somos nosotros mismos, nuestro movimiento, nuestra existencia, no hay nada más.
No hay que vivir el presente, ni tampoco el pasado, porque sólo son metáforas de nuestra existencia, nuestra unicidad. Ya vivimos aquí, ya morimos, yacemos eternamente en los brazos de la conciencia, la que nos devela la existencia. Somos la eterna conjunción de millones de historias que nunca fenecieron,
y nunca lo harán. Somos porque fuimos, y seremos porque somos. El tiempo no es una línea, el tiempo no es un reloj, el tiempo no es más que el reflejo de nosotros mismos, respirando, viviendo, existiendo...

sábado, 21 de mayo de 2016

Soy anónimo, un ser de mil rostros, soy uno más en la multitud, tan igual, tan humano. Soy una hoja seca más, que yace en la vereda otoñal.
Me desintegro con el viento, me despedazo en un millón de partes, sin embargo vuelvo, vuelo y vuelvo a florecer, a renacer, en mi lugar.
Camino pisando las hojas secas, las oigo crujir, me entretiene mirarlas, el otoño no me oprime, porque la naturaleza no muere, se transforma,
se prepara para florecer, para poder nacer primero hay que morir.



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El frío, la brisa, la música del viento en mis oídos, la calle vacía, yo camino,
camino para encontrarme, quizás a la vuelta de la esquina, quizás sentado bajo un árbol. Las calles son como laberintos, las calles tan desorganizadas, se asemejan a mi alma, a mi vida, las calles que no llevan a ningún lado, que se buscan, que se pierden. Se sienten extrañas las calles del conurbano, porque no terminan como aquellas callecitas de Montevideo en La Rambla, para contemplar la grandeza del Río de la Plata. Tampoco llevan a las hermosas playas de Copacabana en Río, mucho menos a una Bahía de ensueño como en San Francisco, y tampoco a un esplendoroso monumento como en París. Acá las calles simplemente terminan, no se sabe bien dónde, a veces en un paredón, en un arroyo cloacal, o en un desolado descampado. Me desconcierta saber a dónde voy a llegar
si las recorro, ¿Por qué transito las vías de la desolación? Es que las calles del barrio tienen un no se qué, encantador, un peligro atractivo para mí. En cada esquina yace un recuerdo, aromas, colores, música, un carnaval. Camino para encontrarme, para volver a mi, porque estoy en cada esquina,
en cada cuadra. Camino viéndome, viendo mis recuerdos, viendo quién era, qué hacía, hacia dónde iba. Mil fantasmas, mil pasados, me circundan, pero los necesito, siempre, para no olvidarme quién soy, de dónde vengo, y así con esas raíces, que nunca quiero cortar, poder vivir.