La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

domingo, 25 de septiembre de 2022

No hay lugar donde no la vea. En la inmensidad de los campos, en la soledad del mar adentro, en el ajetreo de las multitudes; su rostro pintado de blanco, sus ojos negros de mirada muerta, desnuda. Ella aparece, me llama con su magnetismo oscuro, con su voz no humana, y allí todo el resto del paisaje pasa a segundo plano, a ser parte de la escenografía estéril del mundo.

Entre los cientos de miles de peregrinos que visitan las tumbas sagradas de Ahmad y Muhammad en Shiraz es la única que veo sin ropas, sin chador, profanando los lugares sacros con su sexo sangriento.

Entre los turistas curiosos y visitantes devotos del Vaticano, desafía a los clérigos de la hipocresía, subvierte la moral; camina entre las catacumbas de la Basílica de San Pedro, recostándose entre los osarios de antiguos pontífices.

En los ritos tribales, en el desentierro del diablo norteño, baila, se hace una con los paganos, se vuelve montaña, tierra y fuego.

Yo la veo en todas partes, sangre de mi sangre, cenizas de la vida pretérita que continúo sosteniendo entre mis manos.