La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

martes, 24 de abril de 2018

Cae una garúa fina pero no me perturba. Los faroles tenues dan luz a mi rostro curtido. Infinidad de gotas, un manto de agua suave me baña como si me sumergiera en una realidad ineludible. No me refugio, me envuelve la humedad, la inestabilidad de mi ser imitando el ambiente. En el transcurso de la noche me espera el sexo de una mujer, su sexo húmedo e inestable como mi ser, y penetro sus aires temblorosos para encontrarme en una nueva mañana bajo el sol opaco y la bruma que invade la habitación. No la conozco, ni a ella ni a la bruma, y recorren mi cuerpo, me estremecen, me extirpan el hastío indiferentemente.

viernes, 20 de abril de 2018


Al adentrarme en la desolación de los senderos gastados demoro mis pasos, ajados y débiles;
Sedienta mi mirada de un horizonte celeste, de ver los pájaros libres sobrevolar los bosques;
Me alejo de los ojos desbordados de hastío y de cólera, que se cruzan entre sí;
Resguardo mi integridad en la soledad de la noche, en las llanuras de Las Pampas;
Como un caballo galopa en búsqueda del agua, suelto, sin riendas, en los campos;
Anhelo ese sosiego, esquivo las balas de la desidia de esta inmunda sociedad;
Fundo mi mano con tu mano y abrazo la otredad…

lunes, 9 de abril de 2018


    Me hundo en el colchón, me escabullo entre las sábanas, estremecido por el éxtasis cannábico. Tengo a mi lado un libro de Kerouac, y me envuelve la pesadez del aire húmedo previo a la tormenta. En el ambiente hay demasiado humo, tanto que la visión casi se vuelve penumbra. Siento el correr del tiempo como una cosa abstracta, invisible, como una eternidad constante. 
     Ella está desnuda, de espaldas a mí, blanca, tersa, recostada y sublime. La acaricio, sus piernas me encienden, me embelesan. Su esencia me habita como una lumbre en mi oscuridad. Somos almas subterráneas, paralizando el tiempo, aferrándonos a nuestra infinidad. 
    En este intersticio temporal mi ser se transporta con el suyo, y así nos observo tirados en un callejón de Montmartre tomando un Cabernet una noche bajo la luna parisina; o quizás corriendo por las lomadas del Pére Lachaise, riéndonos entre las tumbas, mirándonos, hasta llegar a la de Moliére, y allí sentarnos a contemplar la perpetuidad.
    Ella ahí, durmiendo, mi cuerpo inerte, relajado, mi alma viajando, mi mente… ¿Qué se yo dónde andará mi mente? ¿En sus piernas? ¿En esta habitación, contemplando el humo? ¿O en París?
   Me incorporo, observo el mate con la yerba de ayer, ella duerme apacible, hay sosiego en esta noche de neblina bien al Sur…

martes, 3 de abril de 2018




Atravesamos un mar de sangre que en sus oleajes nos trajo un sosiego apócrifo, una guerra en cada palabra, que convertía en nómades a los cuerpos, los expulsaba de un pueblo hacia otro huyendo de las entrañas de un caos impuesto. Alzamos la voz contra los detractores del cuerpo, los predicadores de la muerte, que pretendían que renunciemos a la vida, y ahora nos encontramos con los mismos superfluos pregonando la exaltación del cuerpo y la muerte del alma. El alma es crítica, es pasión y razón. El alma es individual, subjetiva, única, inalienable e intransferible. Sin embargo, los terribles la aíslan, la alejan del yo.


El nuevo engendro, el Azathoth de nuestros tiempos, no tiene oídos, sólo posee boca para vociferar e impostar la voz que embelesa los oídos pobres, crédulos, y reproduce una y otra vez, este infierno. Asistimos al pasaje de las relaciones de cooperación y solidaridad entre los hombres hacia la lógica del intercambio, hacia la objetivización y mediatización del otro. El ominoso tiene monedas en los ojos ¡Ay de nosotros si no podemos decostruirlo!


Volvamos a nosotros mismos, a nuestra animalidad, a nuestra consciencia de saber que no somos más que un elemento consciente de la naturaleza…