La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

jueves, 3 de noviembre de 2016

Bermúdez 2651

Es una de esas impresiones que nunca podré borrar de mi cabeza, es una de esas imágenes que siempre van a reincidir en el ocaso de mi conciencia, es uno de esos olores que van a quedar impregnados en mi olfato, es uno de esos sonidos ambientes que se van a aparecer sin pedir permiso en todas y cada una de mis pesadillas.
Los muros de moho, las caras grises, los rostros largos, el encierro se siente apenas entrás. Una pesada puerta se abre, una pesada puerta con barrotes se cierra y ¡Prruuum! Rostros, figuras, sombras tras las rejas. Almas, personas, humanos. Perfumes del encierro, perfumes humanos, perfumes del hastío. Unas jetas de la estructura punitiva y maliciosa se sonrojan ’’ ¡Já! ¡Primerizos, asustados!’’, Pensarán. ‘’ ¡Já!, Tu humanidad la dejaste con el traje’’, pienso yo.
Ingreso al pabellón, ranchos,  ánimas, ánimas en pena, acuden en auxilio, en busca de mi perpleja existencia ante tal apesadumbradas sensaciones que exhalaban en cada respiro. Buscan unos ojos, buscan unas orejas, buscan libertad. La dignidad espantada de los muros nunca logró penetrar por el portón de la calle Bermúdez. La miseria, malvada, se regodea y se pasea por todos los recovecos.  
Mugre, mugre y gritos, mugre y llantos. Sollozos del pasado, sollozos del ayer, se siente su presencia, la de los miles y miles que la habitaron. Dejaron su vida, su dignidad, su humanidad. Dejaron sus marcas, en los muros, en los colchones. Y se llevaron consigo la marca de los muros, las marcas del encierro.
Tormentos, nada más, tormentos sólo hay ¿Qué ingenuo puede pensar en el inconducente consecuencialismo positivo de tal lugar? Encierro, sistematización, deshumanización.

Más allá de todo mal está la dignidad…

sábado, 24 de septiembre de 2016

Un día...

Sin duda que los tornillos en mi cabeza me aprietan, es como una jaqueca constante.Yo mismo me lo busqué, yo mismo me los puse. Sangran las imágenes, sangran los paisajes a lo lejos, idílicos para mi cabeza atornillada. Me pierdo en los humos de esta ciudad, como un autómata más camino, sangro y camino, como todos los demás. Cada vez que me levanto de la cama, cada día, cada nuevo sol, los malditos fierros se ajustan un poco más. Una cola, una espera, un colectivo, un tren, unas escaleras, encierro, puertas, pasillos, nuevamente la calle, ¡Un culo! Pero... ¿Qué culo? ¿Dónde están los ojos?  ¿Dónde están sus malditos ojos? Cierto, no hay. Los autómatas sólo tienen esos ojos inanimados, como de muñeca de porcelana, no dicen nada, no miran, no me miran.
Paseo por las calles, mis ojos ven, mis oídos escuchan, más allá de los tornillos, yo veo los únicos ojos que me miran, quizás para pedirme comida, dinero o para robarme, pero me miran. No son fantasmas. Los transeúntes pasan, no los ven, los atraviesan, como fantasmas.  Yo prefiero la autenticidad, aunque venga en forma de muerte.
Vuelvo, el paraíso, el calor afloja los tornillos, calor humano y no lo veo. Mis ojos se vitrifican, un autómata, me encierro en el cuerpo de un autómata, me encierran. Estoy atrapado, estoy adentro de un cuerpo inerte, un calabozo. Golpeo la puerta, quiero salir. Humo, humo y fuego para quemar las rejas, para derretirlas. Sangro pero vivo, sueño, sólo vivo si sueño…

                

miércoles, 10 de agosto de 2016

Me despierto exaltado de sobremanera, los sonidos de mis sueños siguen vivos, me siguen atormentando por unos segundos más, unos instantes donde lo onírico se mezcla con mi realidad… Acaso, ¿Es esta mi realidad? Apenas vislumbro mi habitación, abro los ojos con todas las fuerzas, tratando de volver en mí. Como si todo fuera parte de una novelesca historia gótica la penumbra me invade, a mí, a mi alrededor. Son los vestigios de mis fantasmas, de una parte de mi que no reconozco,  de quien vive en mi sin vivir. Quizás mi ser en otra vida, en otra realidad. Lo sueños son memorias de otros tiempos, quizás tan actuales como los que vivimos, pero en otro plano, en otro mundo, quizás superpuesto, quizás que nunca existió aún, quizás no exista nunca. Empero, los retazos de esos vivaces recuerdos nos delatan, nos revelan. Un pedregal en las altas cumbres del alma. No tengo nombre, no tengo rostro, no soy más que una lumbre, un cúmulo de energía que pasea errante por los confines del tiempo, pero… ¿Qué? ¡Si el tiempo no existe!  ¡Si hoy mismo es ayer y mañana! ¡Si lo único que hay es lo Eterno! La vida es ese suspiro cuando vemos la luz, esa infinidad de imágenes, de ideas y emociones. Sí, sólo soy un concepto, que alguien alguna vez pensó y creó. Porque, como Agustín de Hipona o Descartes alguna vez expresaron, para existir primero hay que pensar… ¿Acaso no somos más que un mero pensamiento? Sí, incorpóreos, corpóreos, livianos, pesados, vivos o descompuestos. Conciencia que materializa la existencia, no soy más que una eternidad de preguntas.

martes, 26 de julio de 2016

La única soledad plena se encuentra entre la naturaleza. Allí donde habita a uno mismo, para escuchar nada más que el latido de nuestro corazón, que el ajetreo de nuestros complejos pensamientos y el vagar de las ideas. Me sumergí en bosques vírgenes, entre senderos interminables, un eterno verde claroscuro  donde apenas alcanzan algunos ínfimos rayos de sol. Me lancé a abismos insondables, riscos entre las montañas, me adentré en valles desiertos donde sólo el viento me susurraba. Me vi cara a cara con gigantes cordilleras, donde gélidas brisas me rozaban, me encontré sólo en lo más alto. Sentí miedo, sentí valor, me sentí ínfimo, infinito, eterno.
Sólo allí encontré lo sublime, inefables paisajes, naturaleza tan salvaje como nuestra alma. El corazón se estremecía, una soledad extrema, una soledad plena. Una llanura eterna, oscura, patagónica, la noche de mi corazón y las ráfagas de viento que azotaban mis ropajes. Sólo allí me hallé a mi mismo. Vi el rostro de mi alma entre las montañas, en los claroscuros de los bosques, entre las ráfagas de la llanura y entre las estrellas de la noche en la campiña. Sólo allí me hallé, entre lo inefable, lo sublime, lo eterno. Solo.


martes, 24 de mayo de 2016

Efímero análisis del Tiempo

El tiempo, esa línea ficticia y absurda, no existe. Pensamos en los segundos, en los minutos, en las horas. Nos corren, nos persiguen eternamente, pero atrás nuestro no hay nadie más que fantasmas, más que la vida, más que todo.
La transparencia del tiempo, la transversalidad del tiempo, la translucidez del tiempo. Nuestro hoy, nuestro ayer, nuestro mañana, coexisten, están aquí y allá, pero no los podemos advertir. Eso que nos desintegra poco a poco, que arruga nuestra piel, que nos duele, eso somos nosotros mismos, nuestro movimiento, nuestra existencia, no hay nada más.
No hay que vivir el presente, ni tampoco el pasado, porque sólo son metáforas de nuestra existencia, nuestra unicidad. Ya vivimos aquí, ya morimos, yacemos eternamente en los brazos de la conciencia, la que nos devela la existencia. Somos la eterna conjunción de millones de historias que nunca fenecieron,
y nunca lo harán. Somos porque fuimos, y seremos porque somos. El tiempo no es una línea, el tiempo no es un reloj, el tiempo no es más que el reflejo de nosotros mismos, respirando, viviendo, existiendo...

sábado, 21 de mayo de 2016

Soy anónimo, un ser de mil rostros, soy uno más en la multitud, tan igual, tan humano. Soy una hoja seca más, que yace en la vereda otoñal.
Me desintegro con el viento, me despedazo en un millón de partes, sin embargo vuelvo, vuelo y vuelvo a florecer, a renacer, en mi lugar.
Camino pisando las hojas secas, las oigo crujir, me entretiene mirarlas, el otoño no me oprime, porque la naturaleza no muere, se transforma,
se prepara para florecer, para poder nacer primero hay que morir.



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El frío, la brisa, la música del viento en mis oídos, la calle vacía, yo camino,
camino para encontrarme, quizás a la vuelta de la esquina, quizás sentado bajo un árbol. Las calles son como laberintos, las calles tan desorganizadas, se asemejan a mi alma, a mi vida, las calles que no llevan a ningún lado, que se buscan, que se pierden. Se sienten extrañas las calles del conurbano, porque no terminan como aquellas callecitas de Montevideo en La Rambla, para contemplar la grandeza del Río de la Plata. Tampoco llevan a las hermosas playas de Copacabana en Río, mucho menos a una Bahía de ensueño como en San Francisco, y tampoco a un esplendoroso monumento como en París. Acá las calles simplemente terminan, no se sabe bien dónde, a veces en un paredón, en un arroyo cloacal, o en un desolado descampado. Me desconcierta saber a dónde voy a llegar
si las recorro, ¿Por qué transito las vías de la desolación? Es que las calles del barrio tienen un no se qué, encantador, un peligro atractivo para mí. En cada esquina yace un recuerdo, aromas, colores, música, un carnaval. Camino para encontrarme, para volver a mi, porque estoy en cada esquina,
en cada cuadra. Camino viéndome, viendo mis recuerdos, viendo quién era, qué hacía, hacia dónde iba. Mil fantasmas, mil pasados, me circundan, pero los necesito, siempre, para no olvidarme quién soy, de dónde vengo, y así con esas raíces, que nunca quiero cortar, poder vivir.

jueves, 14 de abril de 2016

Encierro

Los muros encierran historias,
las almas encierran dolor,
y ese dolor estalla en gritos, en violencia,
la violencia que late en las personas, en las víctimas y en los victimarios,

Algunos nenes que corretean y se chocan con los muros, una infancia perdida,
una puerta que se cierra, con violencia,
una llave que sólo sirve para cerrar,
un atisbo de luz que ilumina el patiecito,

Un pasillo, ropa colgada, miradas tristes, miradas de encierro,
no hay lugar afuera porque la solución son los muros,
no hay lugar afuera ni para vos, ni para mi,
quizás alguien nos espera, afuera,

Un grito, una orden, me estremecen,
los rostros grises, una tímida sonrisa de templanza,
la adversidad a veces vence, los muros oprimen,
La dignidad se olvida, no tiene lugar entre los muros...


sábado, 12 de marzo de 2016



Un temblor me recorre el cuerpo, brota sangre de mi pecho, acostado en el asfalto de alguna calle de Buenos Aires miro hacia el cielo, que antes despejado ahora se vuelve gris. Suena la Milonga del Ángel en mis oídos, no sé si proviene de mi cabeza o de alguna casa. Mi ser se hace ligero como el aire, despido a mi cuerpo, me desprendo de mi materia, ahora me miro desde arriba, me miro a los ojos ¿Cuántas veces más tendré que morir? Renazco en un nuevo día, en otro mundo, pero siempre soy el mismo. Siempre mis miserias, siempre mis sollozos, me persiguen, están adheridas a mi ser incorpóreo ¿De quién será la mano compasiva que me arrastre hasta el cielo?

Sigue sonando el triste violín, me oprime, me desgarra. Sigue mi herida abierta. Sigue mi ser danzando por la bruma matinal. Siento el gélido aliento del invierno, abro los ojos, un nuevo día en otro mundo, renazco como una flor entre la espesa tierra...

martes, 12 de enero de 2016

Cuando miro para dentro a veces observo un infinito vacío, un abismo insondable. No me encuentro, ni en los calabozos de mi infierno, ni en los jardines de mi cielo. Camino laberintos absurdos, me busco, quiero saber cómo soy, tocar mis manos, abrazarme, reconciliarme. En la vorágine de esta intensa búsqueda pasa la vida, la gente, amores y rencores. Recibo al mundo con mis brazos abiertos ¿Seré yo quien los recibe? ¿Con quién se encuentran cuando me ven, cuando me hablan, cuando me tocan o cuando me besan? ¡Ay de mí en esta búsqueda incansable!
Juro que quiero tomarlos en serio, a mis fantasmas y a mis infiernos. Quiero lanzarlos al vacío, que se pierdan en la eternidad. A veces, no quiero encontrarme porque siento que puedo no gustarme. A veces necesito encontrarme, porque para entregarme primero necesito saber quién soy.
El viento danza en las montañas, en silencio me espero, sentado, contemplando lo sublime. Hay un lugar en el que me encuentro siempre...