La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 24 de agosto de 2020

Día de acoso

 

Salí a andar en bici un soleado día de invierno. Me gusta despejar la mente antes de dictar las clases vespertinas en la universidad. Me perdí en la simpleza del paisaje de Banfield, con sus callecitas  prolijas y su poco tránsito. Al poco tiempo alcancé una barrio de clase media alta, con algunos llamativos callejones que quedaba a unas quince cuadras de mi casa aproximadamente. Me metí en un callejón, una cortada que siempre me había llamado la atención. Es una calle estrecha con casitas bajas que termina en un cerco alambrado. Particularmente me atraía este pasaje porque ese cerco daba hacia una arboleda en medio de la manzana y también hacia una cancha de fútbol abandonada. Me daba el sol en la cara, el clima se prestaba apacible y pensaba en bajarme donde termina la calle para leer el libro de poesía de Trakl que había llevado en el bolsillo. Me ensimismé mirando un gatito pardo que estaba sentado, tranquilamente, en medio de la calle y me sumergí en un pensamiento nimio: ''Qué lindo lugar un callejón para un gatito ¡Casi no pasan autos!''. Seguí avanzando por la pequeña vía, que no debía tener más de 50 metros de extensión y de repente vi de reojo, al extremo de mi campo visual, algo que me dejó helado. En una de las casitas bajas, que tiene una exigua entrada sin enrejado, con un jardín y un árbol, había un señor de unos cuarenta años con los pantalones bajos, vislumbré su voluminoso y repulsivo miembro colgando. Me sorprendí desagradablemente y pensé: ''Qué raro, debe estar meando pero... ¿Qué hace meando en el jardín frontal de su casa a la vista de todos?''.  Afortunadamente, para el resto de los mortales, en la calle no había más nadie, sólo mi presencia y la de un pobre gato. Me imaginaba si justo por allí pasaba otra persona, quizás una mujer, un niño, o bien, si alguien llegaba asomarse a la ventana de su casa y ver el deleznable espectáculo. Me sentí incómodo y mis planes de lectura en la callecita se desvanecieron, intimidado ante la provocadora y asquerosa figura masculina. Llegué hasta el final de la cortada y di ''vuelta en  U'' con la bicicleta. La casa donde estaba el pervertido era una de las últimas a la izquierda, es decir, ahora, que estaba en el final de la calle, era una de las primeras con la que me iba a encontrar. Apenas di la vuelta imploré hacia mis adentros que el tipo desapareciera. Esperaba que se metiera adentro de lo que parecía ser su casa. Me iba acercando y la vista de su jardincito me la tapaba la pared del vecino. Cada centímetro que me aproximaba me aterraba, no entendía bien lo que estaba sucediendo. Cuando llegué a la altura de la casa volteé mi cabeza, no quería ni siquiera mirar pero escuché una voz muy cercana (las veredas del pasaje son estrechas) que me gritaba ''Te gusta, no? Querés ver?''. La sangre de mis venas se heló ante el comportamiento impúdico y nauseabundo.  Aceleré el paso con la bicicleta al ritmo de mis latidos y mi sangre galopante por la adrenalina. En la esquina divisé unos cascotes de una construcción contigua  y por un instante pensé en tirarle alguno por la cabeza al acechante fauno urbano, pero la necesidad de alejarme y volver a mi hogar me venció. Mientras volvía me culpaba por no haber reaccionado, no le dije ni una puteada, no me paré de manos. A  veces me cuesta reaccionar, a veces quedo estupefacto ante el comportamiento humano, incluso el mio. Este pensamiento transcurrió como una nube pasajera, era mejor llamar al 911 y advertir a los vecinos ¿Lo habrá hecho varias veces? De todos modos, no tenía voluntad de andar peleándome ni seguir gastando tiempo. Tenía que dar clases. La preocupación más que por mi situación era por la posible repetición del lamentable suceso. A veces, ni en los días soleados hay sosiego.

martes, 4 de agosto de 2020

Reverdece el monte que acompaña los caminos,

Tierra colorada y aire espeso,

Escasas casillas, escuálido ganado,

Mitã’i que desanda los senderos,

Machete en mano y sonriendo,

Fulgores matinales lo regocijan,

Tierra colorada empapada de rocío,

Mitã’i en libertad que va hacia los esteros,

Insondable verde, exuberante naturaleza,

Mitã’i quiere lejos a la ciudad.


lunes, 3 de agosto de 2020

¿Quién te despojó del hermoso ensueño primaveral?

Voces guturales desde los confines del gris callejón,

Mientras las brisas  sacuden los árboles,

Mientras el silencio se rompe,

Las sombras te visitan en tu alcoba.

Los ladridos lejanos se extinguen,

La quietud retoma su senda,

¿Quién agita tu corazón cuando todos duermen?

La sangre galopante recorre tu cuerpo.

Las calles se llenan de tu bruma,

Tu boca exhala niebla, vapores vespertinos,

Los vahos del vino,

Las verdades de la sangre desnuda.

¿Quién te arrulla por las mañanas?