La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

jueves, 18 de enero de 2024

Payé

I.

Estaciono el auto casi abajo del puente, me bajo y prendo un pucho. Camino hasta la entrada del último edificio, llegando a Basualdo. Fumo mientras espero que baje a abrirme, me siento cómodo en los monoblocks, son como pequeñas ciudades, tienen todo lo necesario para subsistir sin necesidad de salir de ellos. El sur de la ciudad, otrora desconocido, tiene un aspecto soviético y latinoamericano entre las autopistas; me trae remembranzas más similares a mi conurbano sur que a la propia capital. Ahí la veo, siempre se me escapa una sonrisa al verla. Es una expresión involuntaria, no la controlo. Se me representa en mi mente la primera vez que la vi: estaba cruzando la 9 de julio por Independencia, cuando me agarró el semáforo antes de cruzar el último tramo… Ahí la reconocí, esos ojos morenos que sonreían se achinaban tiernamente y me observaban ¿Habré visto alguna vez una sonrisa tan deslumbrante?

Me saluda con un beso suave, besos que cada día se sienten más increíbles, es sorprendente lo que puede generar ese contacto entre las bocas, los labios. El cuerpo se estremece y seguimos hacia adelante, subimos por el ascensor, la infinidad de galerías, pasillos, las ventanas que dan hacia los patios internos, la vida en las jaulas de cemento, las colmenas de concreto. Los mates, el balcón mirando hacia la autopista, unos besos espontáneos, todo se siente un poco como en casa. Luego la habitación, las miradas, las risas.

Hoy llevo el fuego guardado, quemándome desde adentro. El fuego de la habitación, la luz tocando tu piel que parecía dorada, un sosiego en medio de los monoblocks. Un payé (como el que una vez te dije que tenías) recorre mi cuerpo, enceguecido y extasiado vuelo hacia la lumbre, fuente de todos los placeres. La habitación, el balcón, la autopista, tu risa, tu boca, tu mirada, los cuerpos, los gemidos; mientras el tiempo está congelado, mientras las horas no existen, mientras nada más existe. Suspendidos en el aire, entrelazados, levitando en la habitación, chocando suavemente contra las paredes, revolcándonos en el aire como si fuéramos un panadero arrastrado por el viento recorriendo los jardines un día soleado de otoño. Luego, una pequeña muerte, como la que siento ahora, un paréntesis existencial.

Ahora caigo, soy Ícaro cayendo hacia el vacío, mis alas se consumen entre las llamas de tanto calor. Caigo sin fin, sin fondo, inerte.

Payé, embrujo de tez morena, perfume salvaje de sexo. Ternura, calidez, suavidad, todo en tus manos.

II.

Dejé una vida, salté al vacío, me interné en la locura del amor por ella. Arriesgué todas mis cartas, ofrecí todo lo que tengo, y si me faltaba algo, lo inventaba, lo buscaba, para dar más y más. Encontré en ella mi Demiurgo.