La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

domingo, 31 de mayo de 2015

A veces me pierdo en la idea de subirme al primer tren y que me lleve al destino más lejano, al paraje más desolado y desvanecerme entre la niebla de la madrugada. Más aún insisto con el sueño de tomar el primer avión hacia alguna nación desconocida, donde no sea más que un solitario vagabundo por  las calles, sin entender absolutamente más nada que mi soledad. Me sentaría luego en algún nostálgico bar y tomaría un buen trago de vino. Es la sensación de verse lejos de casa, lejos de la propia vida y adentrarme en un personaje, en El Ser Extranjero. Es esta vehemente necesidad de sentirme foráneo, tan lejana, tan irrealizable. Los caminos tienen límites bastante pétreos, no es sencillo salirse de la rutina. Sin embargo no deja de dar vueltas esta idea en mi cabeza: Yo, lejos, sólo, foráneo. La cárcel de la rutina, la pesadumbre de lo predeterminado, el alma revolotea dentro de esta jaula, cuando logre escapar se convertirá en Verdad y las preguntas se resolverán.
Camino solo, perdido, en un callejón de un pueblo de Moravia, una antigua taberna abierta, algunos parroquianos, y un buen vino de Bohemia. Un viejo de tupida barba gris y una frente arrugada por el tiempo me saluda y me sonríe, levanta la copa y brindamos. A sus ojos de un miel resplandeciente los vi en algún lado, su mirada afable despertó recuerdos de otro pasado, de otros tiempos. Me reflejé en sus ojos humedecidos por la humareda de tabaco que invadía el lugar. Me ví, me encontré. Soy yo. Mi verdad...