La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 10 de febrero de 2020

Cementerio


Los días fríos y de bruma el barrio del cementerio manifiesta una desolación única. Las calles poco transitadas transmiten algo más que su cotidiana inseguridad. Los usuales temores, que acechan al que camina solo por las noches, se transforman en algo más profundo, metafísico e inenarrable.
El Cementerio Municipal de Lomas de Zamora tiene su entrada principal por la Avenida Martín Rodríguez y desemboca en el afable, aunque un poco sombrío, boulevard de la calle Zamora. La vieja entrada tiene tintes neoclásicos y da hacia la necrópolis de los panteones, donde habitan los restos de las familias históricas y acaudaladas del distrito. Cuanto más lejos uno se encuentra de la entrada, el cementerio transmuta paulatinamente en un paisaje de abandono y desidia. Tumbas descuidadas, lápidas con musgo, cruces paupérrimas en las cuales apenas se leen los nombres y las fechas del período vital de los difuntos. La ciudad de los fenecidos inmensa se abre, hasta los recónditos lugares donde la tierra espera para tragar nuevos cuerpos. Los laterales contienen los nichos, en algunos lugares de dos pisos, donde se amontonan los huesos y la putrefacción de las clases populares. En las paredes hay pintadas de pibes asesinados por la policía, dibujos tumberos. Durante el día suele haber rituales alcohólicos, acompañados de porro y cumbias de fondo, se derrama el cáliz sobre las tumbas, como si el muerto acompañase el bacanal. Tampoco faltan los chorros, quienes aparecen al final de la jornada, a eso de las seis de la tarde, para luquear a algún desprevenido que aún sigue dando vueltas, o robar una plaquita de plata o bronce y hacer algunos pesos.
Los alrededores del barrio viven del cementerio, los muertos dan vida al barrio: marmolerías, florerías, casas de sepelios por doquier, empleados del cementerio. Cuentan los que trabajan por las noches, como serenos del lugar, que los días de invierno, de bruma y luna llena, son aquellos en los que se lamentan por alguna vez haber aceptado ese laburo. El cementerio se viste de tinieblas, las penumbras apenas dejan traslucir las viejas lámparas amarillas y sobre las tumbas húmedas despiertan fuegos fatuos. La Oscuridad inunda el jardín del óbito, y aquellos que se animan a mirar en el horizonte de los fenecidos pierden la razón por el horror que se infunde sobre su sangre. Hay historias, cuentan, sobre cuerpos podridos y fétidos colgando en la oscuridad, como si flotaran, chorreando restos subterráneos. La Oscuridad sólo deja ver los pies, algunos esqueléticos, algunos marmóreos, grises. Las tinieblas confunden la visión, los serenos no se animan a caminar más allá de su garita que da hacia la intersección de las avenidas Hornos y  Martín Rodríguez, ni siquiera se atreven a iluminar, sólo confían en el paso del tiempo para que su turno termine, entre mate y mate, con las mandíbulas gastadas de temblar. La paga es mala pero peor es no llevar comida a la casa. Las historias son subterráneas, anónimas, aunque las licencias psiquiátricas pedidas al municipio abundan.
Algunos afortunados pueden ahorrar y dejar del trabajo para poner algún localcito que venda flores sobre la avenida. A pesar de todo, los muertos le dan vida al barrio.

miércoles, 5 de febrero de 2020


Monotonía de días sin tiempo,
Un presente eterno, sin rumbo;
Sonrisas que florecen sólo de noche,
Bajo la luz de la luna, entre las penumbras,
Nubes de humo de tabaco,
Nubes de humo blanco,
Vapores de los cuerpos,
Humedal del ayer,
Pesadez de la nostalgia,
De tiempos cándidos,
De veredas inocentes del barrio bajo el sol resplandeciente.