Me encuentro caminando por un
callejón de Praga bajo un viento nival que me roza las mejillas. Al llegar a la
Avenida Narodni tomo el camino hacia la izquierda, a unas cuadras me sorprende
el Morava, me embelesa el ambiente nostálgico del paisaje. No hago más que
sentarme y beber un poco de la botella en miniatura de vodka que llevo en un
bolsillo para aliviar un poco el frío. Necesito caminar, un paseo hasta que la noche envuelva la ciudad,
necesito perderme una y otra vez en Mala Straná, y que mis sentimientos fluyan
por las calles, se pierdan en alguna esquina. Necesito que la noche encierre
mis pensamientos, que se desvanezcan en la penumbra.
El aroma del Glüwhein al estilo
bohemio se escapa de algún bar, llega hasta mí, me sosiega. El invierno me
invita a su lado, la contemplación de un paisaje de naturaleza muerta,
castigada por el frío, el humo de las chimeneas en los edificios por toda la
ciudad, los mantos de nieve por las calles, el agua helada del Morava. El
invierno y sus gélidas caricias, mi corazón es una lumbre en medio del
temporal.
Los tranvías recorren la ciudad,
otorgan una belleza particular a las calles. El ambiente, sin embargo, es bello
y opresor a la vez. Lo sublime de la Reina de Bohemia, la magia en cada en
rincón. Necesito Praga.
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