La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

lunes, 31 de octubre de 2022

 Naxos nos espera, otra vuelta;

Conduciendo por las montañas, visualizando el Egeo.

Tu sonrisa, tu felicidad, mi felicidad.

Nadando desnudos en las aguas ancestrales.

Tirados al atardecer en la Puerta de Apolo.

Fui feliz, tuve vida, tuve futuro y destino.

Parto con el dolor de todo, de las despedidas, de lo inevitable de la locura intrínseca de la destrucción;

Con mi rezo, mi pluma y mi canto ruego que las Moiras entrelacen nuevamente nuestros hilos.

 No hay nada que no esté dicho, sobran las palabras y hay noches que ininteligibles. Después del vino fue sexo metafísico, trascendiendo el tiempo y el espacio. La habitación que no era, el fuego que parecía eterno, entrelazamiento cuántico pasajero. Nada es eterno, todo finalmente deviene, cae por su propio peso, por la ladera del absurdo, de lo que ignoramos, lo que no entendemos, de lo inasible. Perdimos nuestras vidas por un instante, con su realidad uniforme, racional, tangible. Nos envolvimos en un uróboro, ciclos eternos de vida y muerte, pequeñas muertes que nos estremecían. Las pupilas dilatadas, las piernas convulsionadas, la casa que se caía por el temblor, el sismo del vórtice que se abrió y nos tragó para luego escupirnos en la siempre gris realidad del día y de la noche, de los cuerpos, de lo físico, de lo que envejece, se marchita y muere. Lo eterno no existe salvo los momentos que, como reza el epitafio de Keats, se escriben en el agua. Infinitos, inmarcesibles, perennes, incesantes, así son las memorias que se guardan en los cuerpos, los muros y la tierra; que se transforman en mitos, en historias, en espíritus del mundo, en palabras de boca en boca, en leyendas ¿Quién dice que no existieron dos amantes en Transoxiana que se unieron en lo esotérico de un sexo espiritual y su leyenda se inscribió en las paredes de los templos zoroástricos del fuego; transmitiéndose así de generación en generación como un Mito del poder de esa unión?

lunes, 3 de octubre de 2022

 Yo, Nathanael

‘’ Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
de decreto divino que anuncia que soy presa’’

John Keats

Entre los gatos y los setos del Cementerio Protestante de Roma, bajo una lluvia fina, fue la última vez que la vi. Caminábamos a la par, aún felices, aún en sueños con la realidad ajena. Nuestras alas de humo desaparecerían, nuestro amor caería como Ícaro luego de acercarse demasiado al Sol. Heroína de mis días, idolatría sublime que aún me pesa, mientras me hundo en el lecho de las oscuridades de los pantanos.

 ¿Qué cruel Coppelius ha metido a una Olimpia en mi camino? Perdido en unos ojos sin vida, sin profundidad he perdido el amor de mi Clara. Como un loco bailo en los círculos de fuego, danzo desnudo en el ritual abrazándome a Azazel, enfermo de lujuria.

Tu nombre quedará escrito en el agua de mis mares, eterno, impertérrito y puro.

Mi nombre se desvanecerá como lo escrito en la arena, y aún así quedarán mis palabras anónimas, como el único elemento puro de mi alma.