Me despierto exaltado de sobremanera, los sonidos de mis
sueños siguen vivos, me siguen atormentando por unos segundos más, unos
instantes donde lo onírico se mezcla con mi realidad… Acaso, ¿Es
esta mi realidad? Apenas vislumbro mi habitación, abro los ojos con todas las
fuerzas, tratando de volver en mí. Como si todo fuera parte de una novelesca
historia gótica la penumbra me invade, a mí, a mi alrededor. Son los vestigios
de mis fantasmas, de una parte de mi que no reconozco, de quien vive en mi sin vivir. Quizás mi ser
en otra vida, en otra realidad. Lo sueños son memorias de otros tiempos, quizás
tan actuales como los que vivimos, pero en otro plano, en otro mundo, quizás
superpuesto, quizás que nunca existió aún, quizás no exista nunca. Empero, los
retazos de esos vivaces recuerdos nos delatan, nos revelan. Un pedregal en las
altas cumbres del alma. No tengo nombre, no tengo rostro, no soy más que una
lumbre, un cúmulo de energía que pasea errante por los confines del tiempo,
pero… ¿Qué? ¡Si el tiempo no existe!
¡Si hoy mismo es ayer y mañana! ¡Si lo único que hay es lo Eterno! La
vida es ese suspiro cuando vemos la luz, esa infinidad de imágenes, de ideas y
emociones. Sí, sólo soy un concepto, que alguien alguna vez pensó y creó.
Porque, como Agustín de Hipona o Descartes alguna vez expresaron, para existir
primero hay que pensar… ¿Acaso no somos más que un mero pensamiento? Sí,
incorpóreos, corpóreos, livianos, pesados, vivos o descompuestos. Conciencia
que materializa la existencia, no soy más que una eternidad de preguntas.