Hay días de náusea, en los que todo parece surreal y me veo
ajeno. Días en los que mi vida parecería ser una película que estoy viendo
desde afuera, como si no tuviera control de mis actos, como si ya todo estuviera
guionado, como si no fuese más que un actor cumpliendo un fatídico rol que no
me pertenece.
La ventisca se levanta, vibran las ventanas, cruje la hojarasca
de otoño, y todo vuelve en sí por el murmullo constante de la naturaleza.
Quizás es la mirada de un gato, una sonrisa de un amigo, un
abrazo de un familiar, un beso de la persona que amo, lo que me devuelve el
sentido. Aún así el Absurdo está latente, afianzado en los confines de mi
mente, con la inseguridad de ser lo que no soy, o de no ser lo que soy, con la
náusea de la Duda.
No quiero perderme más en los callejones oscuros para buscarme
porque, sin embargo, no me encuentro nunca en la soledad.
Átropos me respira en la nuca, Láquesis me agarra suavemente
del rostro, me mira fijo ¡Suéltenme! Quiero respirar el reverdecer de la
primavera y aferrarme al aire del mundo; contemplar la inmensidad de las
tierras de Oriente para honrar mi sangre y mi linaje mediterráneo. Aún tengo
savia de creación en mis venas y sed de conocimiento en mi boca.