Me encontré absorto frente a un millón de rostros, todas las miradas apuntaban hacia mí. Caminé entre sus tiesas figuras, inamovibles, sólo sus ojos me seguían. Eléctricos impulsos recorrían mi cuerpo, frías ráfagas de dudas hasta la punta de los pies. Deambulaba silenciosamente, los miraba frente a frente, los rozaba. Una multitud, una adversidad interminable. Tempestades se desataron en el cielo y en la tierra. Solitario camino entre la gente, afrontando mi historia, mi vida. Sinuoso camino hasta el pedregal que se desnudaba al final del cuadro, en la ladera de una colina. Un árbol en la cima, tan solitario como mi alma vagabunda. Hojas secas en primavera. Sentado con su espalda apoyada sobre el tronco, mi doble, mi cuerpo, su doble, mi alma, su doble. Se volteó hacia mí, me miró con displicencia, se levantó y sin decir una palabra me tomó de la mano. Me miro fijo nuevamente, con oscuridad en sus ojos. Luz, resplandor, mi fin.
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