Veo tu jeta sangrante a la vuelta de la esquina. Tenés un grupo de gringos sonrientes a unos metros, y a una caterva de trajeados con semblante grave. Cargás, probablemente, un niño adormilado en tu regazo, o quizás despilfarrado estás durmiendo en la calle, o talvez, estás enajenado por el popurrí de la alquimia más trucha que acabás de consumir y conseguiste en la Zavaleta. Sos vos, sos uno o sos el otro. Sos el rostro de la desidia, te veo y me emerge un dolor y una compunción inefable de las entrañas. Te veo y los veo, a vos y a la calle Corrientes, elegante y fatal Buenos Aires. Te veo a vos, hermano, ahí tirado, desfigurado, sufriendo, y veo las ventanas de los bancos y la guita que entra y sale. Te veo a vos desde la Illia, en la Villa 31, y veo la rebozante sonrisa de un turista adinerado en la suite del Four Seasons, que seguro te ve a vos (porque la ventana da hacia el Río) y no te mira. Te veo, desigualdad, inequidad, injusticia, penuria, marginalidad... Y entonces al mundo vocifero una pregunta: "¿Cómo quieren que no luche?"
Así, me tiemblan las manos cuando me visto con tu rostro, cuando me calzo tus ropas, y así hay un mundo que me lacera desde adentro, cuando mi dolor es tu dolor, y tu dolor es mi dolor, y me retobo con un tordillo oscuro al que le arrebataron la pampa húmeda y lo ataron en un palenque urbano de mala muerte.
El viento del sur acaricia mi cuerpo y me empuja hacia la disrupción, hoy, en este día, en este mundo, en esta vida...