Entrá en un café cualquiera de esas callecitas arboladas de Buenos Aires. Sacáte el sombrero y realizá un ademán de saludo a los decaídos parroquianos, elegí una mesa cuyas patas no difieran en longitud (caso contrario todo lo que se apoye en ella va a sufrir un horrendo tambaleo). Seguidamente sentáte en tu silla, ordená un vaso de algún licor fuerte, tomálo de un saque. El vaso vacío queda, vacío y lleno de miedos. Tomá tus miedos ¡No te atragantes! ¡No tosas, estúpido! ¡Tragá tus miedos! Ahora digerí lentamente tu podredumbre, digeríte a vos, a tus ansias de dejarte ser. Ahora está todo dentro tuyo, en tus tripas todo volvió a su lugar. Eso sos vos, y no tenés porque renegar ser. Conviví, viví, sé...
La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector
viernes, 16 de febrero de 2018
domingo, 4 de febrero de 2018
Vestigios de una noche de verano
Son vestigios de una noche de verano, caminando por el
empedrado de San Telmo, birra en mano. Intersticios de la cotidianeidad, luminiscencia
entre la opacidad del sistema, ataraxia epicúrea de la mano con fieles ánimas.
Y así vehementes alcoholes llenan nuestro paladar, nos liberan una vez más. Y
así, los humos blanquecinos que penetran los pulmones y se deshacen en
carcajadas que resuenan en los viejos edificios a la madrugada. Interludio
nocturno necesario, semanal tregua de la miseria de ver la inequidad en los
ojos ajados de los infantes que recorren el barrio de Retiro perdidos en
tósigos amarillentos. Toda lucha necesita su pausa, toda lucha necesita un
amanecer.
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