Son vestigios de una noche de verano, caminando por el
empedrado de San Telmo, birra en mano. Intersticios de la cotidianeidad, luminiscencia
entre la opacidad del sistema, ataraxia epicúrea de la mano con fieles ánimas.
Y así vehementes alcoholes llenan nuestro paladar, nos liberan una vez más. Y
así, los humos blanquecinos que penetran los pulmones y se deshacen en
carcajadas que resuenan en los viejos edificios a la madrugada. Interludio
nocturno necesario, semanal tregua de la miseria de ver la inequidad en los
ojos ajados de los infantes que recorren el barrio de Retiro perdidos en
tósigos amarillentos. Toda lucha necesita su pausa, toda lucha necesita un
amanecer.
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