Entrá en un café cualquiera de esas callecitas arboladas de Buenos Aires. Sacáte el sombrero y realizá un ademán de saludo a los decaídos parroquianos, elegí una mesa cuyas patas no difieran en longitud (caso contrario todo lo que se apoye en ella va a sufrir un horrendo tambaleo). Seguidamente sentáte en tu silla, ordená un vaso de algún licor fuerte, tomálo de un saque. El vaso vacío queda, vacío y lleno de miedos. Tomá tus miedos ¡No te atragantes! ¡No tosas, estúpido! ¡Tragá tus miedos! Ahora digerí lentamente tu podredumbre, digeríte a vos, a tus ansias de dejarte ser. Ahora está todo dentro tuyo, en tus tripas todo volvió a su lugar. Eso sos vos, y no tenés porque renegar ser. Conviví, viví, sé...
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