Los tilos en hilera dejan caer sus ramas sobre la calle y
opacan la luz de los postes. El empedrado parece infinito, interminable y se
vuelve difuso a mi miope visión. Es noche, es la decadencia del estío que se
advierte por la brisa y la luna llena. Camino hacia el Sur, aunque sin destino.
Esta calle es el paréntesis entre mi punto partida de soledad y mi final, de
mayor soledad aún. Es un espacio entre mi nacimiento y mi muerte, como la vida.
Esta calle empedrada es mi vida, con mis pensamientos que caminan a mi lado,
que cruzan preocupados de una vereda hacia la otra, que se agarran la cabeza,
que sollozan bajo un árbol, que suplican a la luna, que pegan saltitos de
alegría y libertad. Mis pensamientos que se personifican, que son yóes que
se materializan, que existen, porque no hay nada que tenga más existencia que
un pensamiento.
La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector
sábado, 24 de marzo de 2018
sábado, 17 de marzo de 2018
Sí, es la noche, es el sur y el alcohol. Es la prosa maldita
que me aturde, que resuena una y otra vez en mi cabeza. Es un bar, otro bar, un
antro y otra cerveza, en la noche, en la vereda de la calle empedrada. Los
humos, los alcoholes que transitan. La visión borrosa y nuevamente un bosque,
un descampado, la oscuridad plena y eterna, las sombras de los árboles a la luz
de la luna. Vivir, renacer en la penumbra que escapa al absurdo. Buscar
sentido, buscar la luz, buscar la lumbre. Y así, me olvido de mi Sísifo, de mi
absurdo, de mí. Así reconozco mis estadíos de goce en la noche, y vivo, una y
otra vez, perdiendo mi mirada entre la copa de los árboles mientras la brisa del otoño me acaricia las mejillas. Siento y lo importante es que siento, porque si siento existo, y si existo trasciendo.
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