Estoy sentado tomando una birra, sosegado en la bruma del alcohol. Enciendo un pucho y veo el humo viajar ascendentemente por el aire. Mi mirada se desvía hacia el fondo de la escena. Una calle angosta de barro, las paredes de una construcción de ladrillos sin revocar, dos pisos de habitaciones de miseria ¿O dos pisos de una pared estilo francés del Siglo XIX? ¿Están los pibes tomando merca en una esquina del Tongui o estoy en las callecitas alsacianas inundadas de aroma a boulangerié? Estoy mareado, en espacio y tiempo ¿Soy del conurbano o soy monsieur del bajo Rin? ¿Son las Gilera con el caño de escape haciendo corto o son europeos elegantes en bicicleta? ¡Son humanos! Y me quema desde adentro mi humanidad. Como una metáfora existencialista respiro mí ser (o la nada). Inhalo todo, a todos, a mi. Mato la birra, el último trago, cierro los ojos ¿Donde estoy? Se me cruzan las imágenes, los colores, los olores, la existencia misma. Cae el sol, cae siempre, cae en todos lados, aquí y alla. Al final de la tarde la noche nos envuelve a todos por igual, aquí y allá.
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