La compañía de tu sombra me sigue entre los árboles del bosque. Las gotas que caen sobre las hojas, el verde de la naturaleza que contrasta con el suelo blando y fértil donde la putrefacción de la muerte alimenta las venas por las que corre la vida. El sonido de mi respiración, mi corazón agitado, la adrenalina de sentir que hay algo más allá de este mundo, que nos trasciende, que nos excede.
¿Me vas a acompañar hasta el fin de mis días? Nadie puede
entrometerse en nuestro camino, atravesamos cielos e infiernos para llegar hasta
acá.
Sigo mi camino entre la vegetación, las copas de los árboles
me protegen de la lluvia, la música de la foresta es un silencio atronador.
¿Y qué hay más allá? ¿Qué veo ahí a lo lejos en un claro
casi antes de llegar al campo abierto? ¿Un ritual? Cinco personas vestidas con
tonos pardos, ramilletes de flores en su cabeza, en un círculo, cantan en un idioma
extraño:
S'airiú,
Agus a leanbh
Cad a Dhéanfaidh mé?
Tá tú ar shiúl uaim
Agus airiú
Agus anuiridh, níl duin ar bith agam
'S airiú
Agus mé liom fein
Dá mbeithea go moch agam
Agus och, och, airiú, gan thú, gan thú
Los primeros pobladores de Santa Catalina fueron los escoceses.
Ritos paganos en la pampa húmeda, en el pulmón del
conurbano. En la rama de un árbol un caburé me mira con sus ojos penetrantes,
canta, canta, canta al ritmo del ritual. El rezo es como una lamentación. Me acerco,
me escondo, hipnotizado por la melodía.
Te veo, ahora sí te veo, del otro lado del círculo, también
escondida. Me mirás como el caburé, fijamente, con tu mirada, que me hace
desfallecer. Ahora te desvanecés como el humo que viaja hacia el cielo.
El bosque se llena de bruma, empieza a caer la tarde. En el
claro del bosque ya no hay nadie.
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