Me ahogué en ese vaso de cerveza
fría de un bar de los suburbios, una noche de verano. Quedé absorto entre
pedazos de memoria de un futuro en otra vida, en la cual también me preguntaba
quién soy. Sucumbí a la realidad de saberme inabordable, infinito e inefable
porque sé que soy todo y a la vez nada. Así que comencé a deambular por el
empedrado, bajo las sombras de los jacarandá, una noche de verano, con la
misión de buscarme y encontrarme a mí mismo retozando por la felicidad de
existir a la vuelta de la esquina.
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