La finalidad de la poesía es lograr la empatía entre el escritor y el lector

domingo, 26 de enero de 2025

Perros de Sadakhlo

 

La estación duerme solitaria, no es más que un apeadero en medio de la nada. La nieve cae densa, mientras ráfagas heladas sacuden las chapas. La soledad es palpable y angustiante para todo visitante que llega desde el Oriente y Occidente. Desde tiempos inmemoriales, como una posta en medio del camino, como un paraje hospitalario en medio de un largo viaje, existe Sadakhlo.

Otrora, el paraje resplandecía como un nodo de intercambio cultural y comercial en la vieja Ruta de la Seda. Azeríes, armenios y kartvelianos se reunían en el mercado itinerante ofreciendo productos regionales de cada comunidad, mientras los viajeros de distintos puntos cardinales aprovechaban para descansar y ofertar por las curiosas mercancías.

La historia de las civilizaciones arrasó bélicamente la lumbre que emanaba del pueblo. Ya no quedan más que vestigios, un recuerdo, de los viejos caminos, y solamente funciona un apeadero intermedio que revive cada dos días, a la medianoche, cuando frena el tren del Sur del Cáucaso para ser objeto de control.

Cuando uno divisa desde cierta distancia la estación, con sus tres o cuatro edificios solitarios, una decena de perros se acerca anunciando la visita amigablemente. Hoy, los pocos pobladores del lugar, funcionarios de aduana y policía migratoria, cuidan con un amor ferviente a la jauría, y manifiestan no reconocer el origen de los canes. Más bien entienden que siempre estuvieron allí.

Nadie sabe a ciencia cierta por qué son siempre los mismos; nadie, más que ellos, sabe que nunca nacieron y nunca murieron, que están allí desde los tiempos de la Ruta de la Seda recibiendo a los viajeros que desde variados rincones del globo pasan por Sadakhlo.

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