Nueva primavera
En su amor la mariposa
Vuela de la fresca rosa
Sobre el cáliz perfumado;
Un rayo del sol ardiente
La baña amorosamente
Con su resplandor dorado.
Pero ¿a quién ama la rosa?
¿Quién el amor de la hermosa,
Quisiera saber, merece?
¿Es el ruiseñor que canta?
¿O el astro que se levanta
Cuando la tarde decrece?
No sé a quién la rosa adora:
Pero mi pecho atesora
Para todos tierno amor;
Para todos, rosa bella,
Rayo de sol, clara estrella,
Mariposa y ruiseñor.
Insomnio
Cuando de noche pienso en Alemania,
No desciende a mis párpados el sueño;
Mis ojos no se cierran, mas los mojan
Mis lágrimas de fuego.
El tiempo va pasando; ya doce años
Desde que vi a mi madre trascurrieron;
Con la ausencia se acrecen cada día
Mi pena y mis deseos.
Aumentan mis deseos y mis penas;
De extraño hechizo preso,
A todas horas en mi mente viene
La viejecita, que conserve el cielo.
La pobre vieja me idolatra tanto,
Que hasta en sus cartas veo
Cómo su mano tiembla, y cuál se agita
Su corazón de madre allá en su pecho.
No se escapa mi madre de mi mente;
Doce años trascurrieron,
Doce años de dolor huyeron tardos,
Después que la estreché contra mi pecho.
Será eterna Alemania,
Es país de robusto y sano cuerpo:
Con sus fuertes encinas, con sus tilos,
Siempre podré encontrar su amado suelo.
Si allí mi pobre madre no viviera,
No suspirara por volver mi pecho.
No morirá Alemania, mas mi madre
Puede volar al cielo.
¡Cuántos, después que abandoné mi patria,
Besó la muerte con su helado beso!
¡Sangre derrama triste
Mi pobre corazón cuando los cuento!
Y es preciso contarlos; con el número
Aumenta mi dolor, y que los muertos,
Fríos y tristes ruedan,
Creo ¡gran Dios! sobre mi herido pecho.
¡Dios de bondad! por mi balcón penetra
Del sol de Francia el resplandor sereno;
Mi esposa llega, y su sonrisa aleja
Mis patrios melancólicos recuerdos.
Intermezzo lírico
Érase un caballero macilento,
Trémulo, triste, silencioso y lento,
Que vagaba al acaso,
con inseguro paso,
Siempre en hondos ensueños sumergido,
Tan desairado y zurdo y distraído,
Que susurraban flores y doncellas
Al pasar, vacilante, junto a ellas.
Huyendo de los hombres a menudo,
El lugar más recóndito escogía
De la casa, y allí, anhelante y mudo,
En la sombra los brazos extendía.-
¡Media noche sonó!... Rara armonía
Y voces peregrinas se escucharon
Entre la vaga bruma,
Y a la puerta, quedísimo, tocaron.
Con furtiva pisada,
Su visión adorada
Entra vestida de sonante espuma,
Y como fresca rosa,
La divinal hermosa
Brilla, encanta y perfuma.
Cúbrela tenue velo
De vaporosas joyas adornado,
Y la áurea cabellera en rizos suelta,
En ondas baña su figura esbelta;
Brillan sus ojos con la luz del cielo.
Y en brazos uno de otro, al par lanzados,
Se acarician los enamorados.
Contra el amante pecho,
Con fuerza apasionada,
La oprime el caballero en lazo estrecho;
Y el soñador despierta,
Y la nieve se torna en llamarada,
Y el pálido enrojece, y se convierte
El temeroso en atrevido y fuerte.
Mas ella, con engaño femenino
Y sin igual destreza,
Con el brillante velo diamantino
Le envuelve, sin sentirlo, la cabeza.
Encantado al instante
Se encuentra el caballero en un radiante
Palacio de cristal, bajo la linfa
De una tersa laguna sepultado.
Absorto y deslumbrado
Queda ante brillo tanto, mas la ninfa
Del onda habitadora
En sus brazos lo estrecha, lo enamora,
Y en tanto, sus doncellas
A la cítara arrancan notas bellas.
Y de modo tan dulce y lisonjero
Cantan y tocan, que los pies se lanzan
Al baile embriagador, y alegres danzan;
Y siente el caballero
Que, ya desvanecidos,
Amenazan dejarle sus sentidos;
Y a la ondina se enlaza
Y estrechamente en su ansiedad la abraza.
Más, de pronto se extingue
La viva luz... ¡Oscuridad completa!...
¡Y a hallarse vuelve, solitario y triste,
En su guardilla mísera el poeta!
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