Atravesamos un mar de sangre que en sus oleajes nos trajo un sosiego apócrifo, una guerra en cada palabra, que convertía en nómades a los cuerpos, los expulsaba de un pueblo hacia otro huyendo de las entrañas de un caos impuesto. Alzamos la voz contra los detractores del cuerpo, los predicadores de la muerte, que pretendían que renunciemos a la vida, y ahora nos encontramos con los mismos superfluos pregonando la exaltación del cuerpo y la muerte del alma. El alma es crítica, es pasión y razón. El alma es individual, subjetiva, única, inalienable e intransferible. Sin embargo, los terribles la aíslan, la alejan del yo.
El nuevo engendro, el Azathoth de nuestros tiempos, no tiene oídos, sólo posee boca para vociferar e impostar la voz que embelesa los oídos pobres, crédulos, y reproduce una y otra vez, este infierno. Asistimos al pasaje de las relaciones de cooperación y solidaridad entre los hombres hacia la lógica del intercambio, hacia la objetivización y mediatización del otro. El ominoso tiene monedas en los ojos ¡Ay de nosotros si no podemos decostruirlo!
Volvamos a nosotros mismos, a nuestra animalidad, a nuestra consciencia de saber que no somos más que un elemento consciente de la naturaleza…
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