Se sienta en el pasillo, cruzado de piernas, postura del
indio, contemplativo. El viento y sus ráfagas asesinan el silencio, dejando un
rumor sostenido y espectral. Las paredes angostas del pasillo, la pintura
descascarada muestra la desnudez del cemento. Al fondo, las plantas, el verde
bailando al compás de la brisa brinda una tétrica melodía natural. Hojas
perennes, flores inmarcesibles adornan el camino de piedras sobre la hierba,
por el cual aparecen alegres las gatas. Colas paradas, miradas rozagantes, paso
ligero. Se avecina la tormenta junto con las felinas, se dirige todo hacia él,
vórtice, punto de fuga, demiurgo de este mundo. Allí, en su pecho, nacen y
mueren las cosas, comienzan y finalizan las líneas que componen el cuadro, el
Todo y la Nada, el Tiempo. ¡Oh, el Universo en tu pecho! Pensamiento hecho
carne, abstracción del Yo materializándose en tu cuerpo. Ese pasillo es tu
vida, estrecha, firme, directa. Un corredor gastado, las gatas jugando, tu
mirada fija en un punto lejano, tu cuerpo inmóvil, atónito. El Instante y una
Eternidad se construyen a tu alrededor en el viejo corredor. El pasado, el
presente y el futuro en tus ojos perdidos. Tu Alma es un mundo.
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